sábado, 26 de enero de 2008

¿Cuándo llegará el día de mi muerte?

A pocos días de que se conmemoren los 73 años del nacimiento de mi abuela, una historia que parece sacada del fondo de un ropero.



No tiene la menor idea del día de su muerte. Si no la mata la asfixia, de pronto será la diabetes, sino la vejez. El lugar en que será enterrada espera a que sea su pueblo natal, San Vicente, Antioquia. Nada sabe de su fallecimiento, excepto la ropa con que espera ser sepultada.

María Berta Gallego vivía en un corregimiento de San Vicente llamado Corrientes, ahora por motivos de salud fue trasladada a Rionegro con el único capricho, por parte de sus hijas, de recibir una mejor atención médica.

32 años antes de los 72 que hoy la acompañan, empezó a sufrir de catalepsia. La catalepsia es una enfermedad nerviosa que se caracteriza por la perdida de movilidad voluntaria de los músculos y que en ocasiones hace que la persona parezca muerta.

La primera vez que la falsa muerte sorprendió a María Berta, la encontró en pijama, sin bañarse, despeinada y lidiando con las gallinas de su casa campesina.

Desde aquel entonces no ha parado de pensar en la vergüenza que sufriría su alma cuando la funeraria llegue a recoger su cuerpo inerte, y lo encuentre desordenado, sucio y con mal olor.

Es una persona creyente, todos los días madruga a misa y quien sabe para quién son sus suplicas y por cuál de todos los mortales serán sus ruegos. Su caminar es lento, al igual que su hablar; pero, esto no le impide rezar sus tres rosarios diarios al igual que las novenas a María Auxiliadora, al Divino Niño y a las Ánimas del Purgatorio, todas ellas compiladas en lo que guarda como un tesoro: el Devocionario Católico.

Le teme a la muerte, a la vez que la espera. De unos años para acá todos sus contemporáneos han venido pereciendo, el último de ellos murió el 24 de diciembre de 2005, fue Isaías Gallego, su hermano mayor. Y cada vez que alguien muere se escuchan salir de su boca unas palabras desalentadoras que dicen: “¡Ay Dios Mío ese es el que va a venir por mi!”.

El segundo domingo de mayo de 1995 a María Berta Gallego sus tres hijas le regalaron un vestido sastre para que luciera en la misa mensual que hacían en Corrientes. Esta eucaristía tenía un sentido muy especial, era el día de la madre.

Como todas las personas cuando estrenan, aunque algunas finjan lo contrario, caminó recta con su traje de paño a cuadros, botones dorados y remates bien cosidos.

Nunca antes había lucido algo así, y el hecho de que dos de sus hijas ahora vivieran en la ciudad le daba el derecho a vestir algo mejor y destellar como cualquiera de las señoras adineradas del corregimiento.

Ese día se tomó unos vinitos, le partieron una torta, almorzó pollo asado, recibió muchos regalos y se acostó a las 10:00 de la noche.

Cuando los gallos de la caza empezaron a cantar, sus hijas empezaron a empacar las maletas, tenían que regresar a Medellín y bastante era el trabajo que les esperaba. A las 8:00 de la mañana pidieron la bendición a su madre y tomaron el carro de escalera que hacia la línea hasta San Vicente.

Después de derramar algunas lagrimas María Berta limpió su traje nuevo, lo alisó con las manos, lo dobló y lo empacó con cuidado en una bolsa negra, con el único propósito de guardarlo limpiecito para que, cuando el día de su muerte llegue sus hijas tengan ropa bonita para velarla cinco días antes de enterrarla, y en los cuales podrán comprobar si esta vez si es “la pelona”, o si es la catalepsia que le está jugando otra mala pasada.

Lo único que a Berta se le olvidó es que para 1995 pesaba unos 60 kilos y que hoy a puertas del ocho de febrero de 2008, fecha en la que cumple 73 años, la báscula en la que se pesa desde hace mucho rato superó los 78 kilos.

Solo sabe que cuando llegue el día de su muerte sus hijas tendrán que arreglárselas para enterrarla con el traje a cuadros, botones dorados y remates bien cosidos que, en una mañana de 1995, fue sacado de una bolsa floreada y colorida.

Mientras tanto reza por el descanso de su alma.

domingo, 6 de enero de 2008

Lo que realmente soy frente a una escena en el mar

Aunque mi nombre contradiga mi posición, no soy una mujer de agua. Le temo a las profundidades y cuando estoy más allá de los límites alcanzables de la tierra puedo entrar en pánico, enloquecer y vivir de frente el ataque irracional de los misterios marinos.

Este blog, aunque nunca lo dije antes, recibe el nombre de ‘Escena en el mar’ en honor a una película de Takeshi Kitano en la que el director, además de dar paso a los relatos marinos mediante una estética admirable y gran profanidad artística, deja en evidencia la aventura, los silencios, los sueños, las esperanzas, el desden y los finales tristes e inesperados.

Eso es el mar, un territorio feliz e inesperado, un lugar inestable, seguro e inseguro, una plataforma para dar paso a la vida y a la muerte. El mar es el misterio de los barcos, los piratas, los bucaneros, las sirenas, los viajes, los aventureros.

Estas son algunas de mis imágenes recolectadas de lo que es una verdadera escena frente al mar.



El mar siempre tiene algo de misterio que produce temor y adicción. La fascinación por la gran masa de agua y sal es infinita y la deuda con las historias navales es constante ¡Oh mar! Lugar que guarda los deseos de viajar, de ver lo que no se puede ver y vivir tantas aventuras como son infinitos los peligros.

martes, 25 de diciembre de 2007

Sobre la transformación del periodista en hombre


No es la primera vez que uno de mis disgustos termina convertido en texto. Esta vez la procedencia de los caracteres coincide con una discusión de colegas en la que se me expuso que ser periodista era la escala primitiva de una evolución que terminaba en un estado de plenitud bajo el rotulo de ‘editor por experiencia’. Mis discusiones mentales alrededor de la transformación del mono en hombre.



Soy periodista y defiendo mi bandera por encima de cualquier acenso o escalafón editorial. Soy periodista porque lo elegí y seré periodista hasta el día de mi muerte. Este es mi manifiesto.

Hace poco tiempo escuché una versión bastante incomoda sobre el periodismo. Mi interlocutora, otra colega, exponía que ser reportero era la primera escala de una evolución dentro del periodismo. Esto a ciencia cierta y por tradición histórica tiene algo de cierto, en lo que no coincidimos fue cuando ella misma me expuso que un periodista, para alcanzar la gloria profesional eterna, tenía que cumplir con varios requisitos. Estas obligaciones las resumo en la siguiente penta:

1. Al salir de la universidad los periodistas se especializan en escribir y ser reporteros durante muchos años.

2. Luego, después de haber sido reportero, el periodista está preparado para afrontar cargos de coordinación, esto implica comenzar a delegar y olvidarse de los ‘incómodos’ ratos que se pasaron en la calle bajo la figura de un reportero raso.

3. Ahora ese que empezó como periodista está convertido en editor a causa de una sapiencia absurda que la edad y el tiempo han depositado en su camino.

4. El editor debe de trabajar duro, delegar fuerte con su tridente y pulir sus últimos retoques directivos.

5. Ahora, ese que recibió el título de periodista en una universidad tiene un cargo directivo y ha llegado a la gloria de este, al que Albert Camus y muchos otros han llamado “el oficio más hermoso del mundo”.

Reportero + trabajo + tiempo + edad = editor. Editor + habilidad para delegar + interrupción de los sabios oficios de la reportería = director de un medio. Director de un medio = meta de todo periodista.

Puede que muchos compartan la opinión de mi compañera, pero, como soy de la manada de los que concebimos la reportería, el contacto con la gente, el roce con el pueblo, como parte de nuestra vitalidad periodística, mis respuestas en todo momento fueron cerradas, a la negativa y, por supuesto, a la defensiva.

Todavía estoy buscando algún argumento sensato que se salga de mis límites pasionales; mientras tanto, no dejo de recrear en mi mente la imagen de la evolución periodística y siempre me veo como un mono de cola larga que salta cargado de periódicos sobre la mesa de un director de medio que tiene colgado sobre la pared un título profesional que, en la equivalencia de esta escala, lo acredita como un Homo Sapiens.

Admiro la labor de los editores que, como lo ha expresado en varias ocasiones Ana María Cano, directora de La Hoja Medellín, “son capaces de tomar decisiones arriesgadas, trascendentales y heroicas”. Exalto a un editor que escucha, glorifico a un editor que defiende, elevo al cielo a un editor que jamás deja su estado primitivo de reportero. Lo que condeno son aquellos editores que dejan de ser periodistas y, por una necesidad de clasificación, se convierten en una vacante que, en cualquier momento, puede llegar a reemplazarse por un economista o, en el mejor de los casos, por un administrador que conoce la gramática de la lengua en la cual se escribe.

Aún no termino de acostumbrarme a la ‘teoría evolutiva’ que he mencionado en repetidas ocasiones. Imagino al ruso Alexandr Ivánovich Oparin tratando de acomodar su clásico texto El origen de la vida a una exposición de argumentos evolutivos en el oficio periodístico; el único problema es que dentro de esta escala evolutiva no logro definirme entre un Australopithecus, un Homo erectus o un Homo neanderthalensis. Creo que por simple gusto sonoro me quedo con el Australopithecus.

Mi versión no es la única, ni pienso sentar otra especie evolutiva de ‘super periodistas’. Tampoco se encuentra entre mis planes dejar registrada una verdad. Lo único que aspiro es dejar en la mente de los que amamos y sentimos este oficio dentro de nuestras almas, la inquietud por las imágenes que nos estamos recreando de los perfiles de nuestro oficio. Por mi parte siempre seré periodista, levantaré en alto la bandera del reportero, aun me sigo preguntando qué pasa cuando un periodista se convierte en editor o director y se queda encerrado en un escritorio esperando un nuevo texto ¿Qué versión puede llegar a tenerse de la realidad?

sábado, 22 de diciembre de 2007

Aprenda de cine, jugando con el cine


El Libro Juego del Cine es una hermosa compilación que reúne lo mejor de esta pasión que se denomina el séptimo arte. Es un espacio abierto para aprender de cine, recolectar datos curiosos y jugar con los géneros, los directores, los actores y todos los demás personajes y elementos que se puedan ubicar dentro de una misma escena.


Recomendar un libro es y será siempre una tarea arriesgada. No obstante, en algunos episodios en donde somos afortunados del destino suelen aparecer enviados del cielo los mejores textos agrupados en una caja pequeña que guarda hojas dentro de sí.

Esta vez esa pequeña caja está marcada con un nombre para usted Libro juego del cine, una joya, un objeto coleccionable, encuadernación rústica, un desafío para los apasionados.

El Libro juego del cine compila la historia del séptimo arte desde 1885 hasta 2006 en forma de una divertida antología en la que se van mezclando juegos de memoria, de destreza y de conocimiento para todos los cinéfilos que saben todo cuanto pueden saber sobre el cine.

Para los que no sabemos todo cuanto se puede llegar a saber y que nos apasionamos por conocer todos los días, más y más, esta joya editorial se convierte en un instrumento de estudio moderno, lúdico y mitológico.

Pierre Murat y Michel Grisolia le brindan al lector la oportunidad perfecta para que aprecie las mejores citas y comentarios sobre directores, productores, actores, películas, géneros. Además, con una hermosa diagramación y bellas fotografías que rayan en el punto máximo de la creatividad, ponen a prueba los conocimientos del celuloide cinéfilo.

Deje volar su imaginación y consulte este texto, tal vez, en algunas de esas páginas escogidas al azar pueda tropezarse con los hermanos Lumiére, involucrarse en una Ventana indiscreta, halarle la cola al ratón de Walt Disney, conocer a Akira Korosawa, entrevistar a Woody Allen o terminar en una batalla magistral junto a los personajes de La guerra de las galaxias.

Ficha técnica:

Nombre: Libro juego del cine.

Autor: Murat Pierre, Grisolia Michel.

Editorial: Ma Non Troppo.

Páginas: 396.

Año: 2006.

Idioma: Español.