martes, 22 de marzo de 2011

Mujeres: radiología de una muerte inesperada


A mí papá que me dio muestras de que el cielo existe. Fue a su lado.
Marta conoció el Puente de Occidente el mismo día en que se despidió de su esposo y a la misma hora en que decidió que volvería a llamarse Luz Elena.
Fue en un día atípico en Santa Fe de Antioquia. Domingo 27 de febrero de 2011, tres días después de la muerte de Julio Ernesto, el hombre que la acompañó en la vida durante más 24 años.
Corrían los minutos de una tarde de viento y de lluvia. Agua dulce entremezclada con las lágrimas agotadas de una mujer de esas que está enseñada a entregarlo todo. Agua salada del llanto combinada con las cenizas de lo que fue un hombre y que ese día era tan solo un deseo: “Tirar mis cenizas al Cauca”.
Julio jamás sospechó que esa madrugada del 24 de febrero, siendo las 4:30 de la mañana, como dice la partida de difusión, Marta también comenzaría a desaparecer.
Marta
Papá murió de 83 años y mamá tiene 47. Una de esas ideas que los moralistas llamarían “pecado”, pero que otros llamamos desenfreno, amor, entrega. En total eran 36 años de diferencia.
Cuando se conocieron ella se llamaba Luz Elena y para esconder el romance entre los conocidos, que por la diferencia de edad sabían que podía resultar escandaloso, él comenzó a llamarla Marta. A secas.
Contaba que cada que alguno de sus hijos, muchos de los cuales eran mayores que Luz Elena, le preguntaba para dónde iba siempre decía: “Voy a salir con Marta”.
Así fue como “Nena”, nombre corto que utilizaban sus hermanas para referirse a ella, comenzó a ser reemplazado por lo que ahora intenta ser un recuerdo que se evade en una identidad perdida.
Cecilia
Con nombre de canción, Cecilia fue la primera esposa de Julio. Una de esas mujeres que no nació para casarse; pero que, por cuenta de los caprichos históricos que llevaban las mujeres del altar hasta la cama, terminó entregándole a Julio nueve hijos.
Unos 20 años antes de que él conociera a Marta comenzó a dormir en una cama diferente a la de Ernesto y desde aquel entonces siempre se declararon amigos, hasta el día de su muerte e incluso ahora, cuando los recuerdos pesan.
Con Marta siempre se la llevó bien e incluso fue una de las únicas personas que se negó a llamarla con ese sonido provocado por cinco letras. Le dijo “Nena”, toda la vida. Le dice “Nena”, todavía.
Cecilia se enteró de la muerte de Julio Ernesto por una llamada telefónica en una madrugada fría, lluviosa y que traía de por sí un eco de tristeza impregnado entre los sonidos de un amanecer que se entregaba a los brazos fríos de la muerte.
Perla
Yo soy la hija de Luz Elena, antes le decía Marta. Sé que mi papá conoció a mi mamá cuando ella tenía 24 años, algo cercano a mi edad. También sé que tengo dos papás: uno vivo y uno muerto. El vivo se llama Antonio y solamente lo llamo “genitor”. A veces le digo “Toño”, cuando estoy de buena gente.
El muerto se llama Julio Ernesto y era mi papá. Lo conocí cuando tenía poco más de un año y desde entonces no conozco otra figura que se acerque más a los significados del cielo y a esa idea que tengo de los sueños.
Siempre le dije papá. Una de esas cosas que solo se sienten en el corazón y que muchos sistemas legales tienden a negar justificándose en cuadros biológicos y corrientes sanguíneas que no siempre involucran el ridículo sentimiento.
Que me presenten los abogados otro padre.
Hace un mes llevo un peso en el corazón. Un tsunami de recuerdos agolpados como olas amenazan mi cerebro. Hace un mes extraño a mi papá con los ojos empañados. Hace un mes hago fuerza para no llorar cuando voy en el bus. Hace un mes le digo Luz Elena a la que llamé por años Marta. Hace un mes creo que a mí mamá le cambió la vida.
Luz Elena
Llanto y recuerdos la definen ahora. Una enfermedad que se apoderó caprichosamente de los pulmones de Ernesto, le cambió la vida.
Ahora llora más que nunca. Recuerda cosas que se le habían borrado de su mente e incluso descubrió que los años estaban haciendo que roncara. No lo había notado porque durante más de un año durmió al lado de Julio y de un tercer incluido: un tanque de burbujeantes chispitas de oxigeno que hicieron que por un tiempo más ella tuviera un esposo para hablar.
Hace un mes decidió que no quería llamarse Marta y volvió a llamarse Luz Elena. Tal vez cree que pueda encontrar los restos de una nueva vida.
Mujeres
Papá murió rodeado de mujeres. Perla, Marta y sus dos sobrinas Sandra y Cristina. Nos decía ángeles. Cuando salió en la ambulancia se despidió de nosotras con la mano derecha. A los 10 minutos su luz se apagó.
Papá murió feliz y nos dejó un vacío inmenso. Pero también nos dejó recuerdos y la certeza de saber que el cielo es tan grande como la ausencia.
Por mi papá sé que los ángeles existen, aunque parezca tonto lo siento a mi lado. Por mi papá sé que el cielo no es solamente una idea religiosa, por mi papá sé que existe algo que se pinta la cara de azul. Lo sé porque lo viví con él.