martes, 4 de marzo de 2014

Elogio de la mitad ausente

Los hechos que aquí se narran ocurrieron en las instalaciones de una prestigiosa sala de redacción. La narración es producto de la ficción y obedecen al robo de medio tomate.
  
Última fotografía registrada al cuerpo de alias "El rojo". 

La mañana del pasado lunes, justo antes de que el reloj marcara las 12, un asesinato enlutó el circuito profesional de un periódico en la provincia de Medellín. El modus operandi aunque coincidía con otros crímenes registrados no era el mismo: la víctima, que había sucumbido al instante del corte del cuchillo, todavía conservaba la mitad de su cuerpo. Intacto.


Al lado de su cadáver el asesino había dejado siete gotas de sangre. La policía dedujo con bastante facilidad que se trataba del líquido de la víctima. Esta  hipótesis no hizo progresar demasiado la investigación, pese a la considerable ayuda de una parte de la población.

Una mujer que transitaba muy cerca del lugar fue quien señaló la presencia de un sujeto sospechoso a las 11:00 de la mañana. Impávida, miraba a la víctima de quien todavía tenía un par de recuerdos frescos.

Los familiares de alias “El rojo”, como se empeñaron en llamarlo los agentes, se presentaron de inmediato en el lugar para descubrir allí un cuchillo abandonado. De su costado izquierdo aún prendían las delgadas fibras que alguna vez embellecieron las formas curvilíneas del finado.

Dos horas después de haber encontrado el cuerpo la autopsia reveló que la muerte había sido provocada luego del primer cuchillazo. Era indudable que la víctima había dejado de respirar a consecuencia de la hemorragia.

En lo que quedó de su bolsillo izquierdo encontraron una etiqueta. Establecieron que alias “El rojo” había nacido en una finca de San Vicente, municipio del oriente de Antioquia en el que pasó los primeros años de su vida.

Sus padres habían muerto por cuenta de una plaga que llegó con el invierno. Un campesino lo adoptó cerca de una choza de plástico donde habían otros de los suyos.

“Siempre recordó a ese noble campesino. Julito, lo llamaba. Hasta el día de su muerte narró las historias de ese buen hombre”, declaró la única testigo que había decidido colaborar con las autoridades de la zona.

Mientras que avanzaban las investigaciones las noticias no pararon de alarmar al vecindario. Dos investigadores del CTI lograron establecer una cifra de más de 100 desaparecidos en los últimos 12 meses. José “El banano” Serna había sido el último.

Las pruebas parecían indicar la presencia de un asesino en serie muy cerca del lugar. Pero, el caso de “El rojo” desviaba la investigación. A diferencia de las demás víctimas, una parte de su cuerpo había sido encontrada en la escena del crimen.

Confundidas, las autoridades judiciales se negaron a pronunciar comentario alguno alrededor de la investigación.

Los rumores empezaron a circular. “Recuerdo que uno de mis más deseados amigos se fue sin decirme nunca nada. Ahora creo que también desapareció”, señaló una mujer que, curiosamente, se hacía llamar ‘Orlando’.

“Yo sé que alguien en las noches merodea por el barrio buscando víctimas”, dijo un fotógrafo que vivía cerca del lugar. “En mi vecindario anterior se registraron casos similares. Ninguno logró resolverse”, señaló otra de las personas que pasó por el lugar donde aún recordaban a “El rojo”.

La presión mediática no tardó en aparecer. Luego de un largo silencio el teniente Toro convocó a una rueda de prensa para  ampliar los avances de la investigación.

“Hemos podido establecer que alias “El rojo” llegó a Medellín desde hace un par de meses. Lo hizo en una caja de madera de manera ilegal. Entró por los túneles de un lugar que fue identificado como Buenos Aires y luego se hospedó en un frío vecindario”.

Aunque no era un hombre de problemas, las investigaciones revelaron que en su contra se habían pronunciado varias amenazas. “Te voy a estripar”. “Te voy a comer”. “Voy a hacerte sopa”. Fueron algunas.

Por esta razón “El rojo” tuvo que abandonar el frío vecindario para trasladarse a otro. También frío, rodeado de desconocidos y mucho más pequeño.

Sin saber que sería allí donde encontraría su trágico final, se acomodó en una de las laderas. Desde allí pudo identificar a sus vecinos. También sus olores, una característica fundamental del barrio. A “El rojo” le gustaba imaginarse cómo eran las vidas de aquellos que olían a pollo y cómo terminaban las jornadas de aquellos que vivían entre un delicioso olor a carne.

Cinco horas antes de su muerte había visto la luz del amanecer.

Han pasado tres días desde la muerte de "El rojo". Son las 6:00 de la tarde y está a punto de anochecer. Si la investigación sigue sin avanzar, aparecerán los pedazos de otros cuerpos esparcidos por toda la ciudad.