domingo, 22 de agosto de 2010

En la ciudad de la amnesia

El 6 de agosto publiqué una noticia y la puse en Twitter como uno de esos gritos virtuales a los que nos ha llevado la modernidad. Era una noticia triste, una novedad de muerte. Mataron a “Chelo”, un líder cultural de Medellín que tenía tres características de culpabilidad ante la sociedad: fue padre a los 20 años, era rapero y vivía en la Comuna 13.
Desde el 7 de agosto es una “víctima del conflicto armado” y ya no corre el riesgo de que lo miren raro en la calle porque tiene pantalones anchos. Nunca más será juzgado y solo pensarán en lo “pobrecito” que fue, porque en Medellín no hay muerto malo y porque los ciudadanos nos hemos encargado de levantar los adobes de esta, la ciudad de la amnesia. Porque todo es culpa del otro, porque no hacemos nada, porque nos quedamos quietos.
Cuando salió de Twitter pocas voces se escucharon. Uno que otro twittero preguntó que si era de Son Batá, porque el 5 de julio también mataron a Andrés Medina, un miembro de este colectivo afro que engalana la logia de líricas que retumban entre la alegría y el llanto por las calles de la 13. Otros, que trabajan en el ámbito cultural, también lamentaron la muerte y entre todos se lo hicimos saber al pajarito que, de color azul, parece ser el único que canta por estos lados.
En medio de la tristeza, que era más comparable con la impotencia, pues falso sería decir que no dormí en la noche por la muerte de “Chelo”, un amigo me respondió: “Eso ya no es noticia en Medellín”. No lo hizo en Twitter, fue por Gtalk. Yo creo que en el fondo sintió miedo.
Al leer su respuesta sentí varias cosas. Primero, tuve miedo de volverle a llamar amigo, luego me asombré y pensé que era un enfermo y por último sentí tristeza de ver frente a mis ojos eso que ya sospechaba: a los colombianos la muerte y la violencia se nos convirtió en costumbre.
Al final XXXX (que me pidió pruebas de la conversación luego de este post), el amigo, se arrepintió de su desfachatado comentario, menos mal. Lo cierto es que desde ese día he despertado mucho más el instinto que mira a Medellín. Siempre lo he hecho, pues llevo esta ciudad pegada de la piel y por nada del mundo me entregaría a otra; pero, de unos meses para acá estoy enferma, sedienta de ella, bebiendo de su belleza y de esa indiscutible mala suerte con que se tropieza cada que se levanta para volver a caer.
Pero, los encuentros no han sido gratos. Algunos sí. Por ejemplo, a dos colegas les dio por escribirle a Medellín, entre ellos Katalina Vásquez que se arriesgó al mundo tecnológico para decirle a esta ciudad que la ama, para hacernos sentir que también le duele.
Los otros, en cambio, son comentarios desafortunados. Somos la neogeneración del no futuro, de la no propuesta y de la si protesta que ahora no da la cara, que se encierra en Twitter y se alimenta de la desdicha de los otros. Que es violenta como las calles mismas. Primera conclusión: todos somos violentos, parecemos enfermos de guerra, Twitter es uno de los campos de batalla, pero nos salvamos porque allí no se le puede matar a nadie.

"No hago nada y no me importa", decían en Rodrigo D.
Luego miro la información, es inevitable caer en ese instinto entre evangelizador y periodístico. Cuando lo hago vuelvo a darme contra el piso. Cada vez son menos los colegas informados, están en vía de extinción los que se arriesgan por la verdad. En cambio, son ahora más recurrentes los comentarios flojos, que solamente sirven para quejarse, para mostrar que si se participa en la red, secuelas escondidas dentro de un anhelo de opinión libre. Son cada vez más las estrellas convertidas en víctimas, los héroes están abundando en ciudad Gótica.
Y sigo sin ver las propuestas. Pero con una decisión firme: no le mostraré a la violencia mi desdicha, tampoco pienso ignorarla y no contemplo entre las posibilidades huir de Medellín, porque sé que no es perfecta, que tiene alma de mujer, que es neurótica y que sigue luchando… porque sé que somos sobrevivientes y que no hay entre nosotros un alguien que no se haya cuestionado, en algún momento, su qué hacer en este lugar de procedencia. Reconocerlo es un primer paso para empezar a vencer la indiferencia, pero no con palabras de rabia contra el muro, pero si con ganas de vida, con palpitar de corazón, con amor.
Me arriesgo a escribir esto entre las balas que pueden llegarme. Tengo socialmente (porque estoy segura que en mi interior no) sesgado el derecho a reconocer el dolor. Porque trabajo en Telemedellín y porque en Medellín la oficialidad siempre es mala, porque somos enfermos, sí que lo somos, y creemos que siempre conspiran contra nosotros. Si llega a interesar, en Telemedellín no conspiramos, tampoco maquillamos y mucho menos construimos cortinas de humo. Somos humanos, también nos duele, somos más de 300 personas con esta ciudad pegada de la piel, de los sesos y del corazón.
Y si grito a viva voz que el Alcalde no es el único que tiene la culpa de que todo nos empiece a saber a mierda, es porque la mierda nos la tragamos nosotros, sin echarle chantilly. Y después, la pasamos con una copa de tequila y una cerveza, para olvidarlo todo. Porque en esta, la ciudad de la amnesia, parece que también se nos está olvidando reír.
Unas palabras de Rubén Blades para los ciegos.