viernes, 13 de enero de 2012

Antes de que los Mayas acaben con este blog


“Tu muerte pronto tendrá un año. Empieza casi a hablar, a dar sus primeros pasos”.
Christian Bobin



La mayoría de personas que gustan de los ejercicios de escritura, son capaces de hacer brotar las palabras cuando están tristes. Yo, en cambio, no.

Desde el 22 de marzo de 2011, dos días antes de que mi padre cumpliera un mes de haber fallecido, no actualizaba este blog. Existían razones de peso para hacerlo. Motivos, excusas y disculpas que pegadas al dolor se regaban y se recogían como un río entre el invierno y el verano.

Esas razones son, básicamente, las que me alejan de la idea de ser escritora. Más diría que soy una fanática. Una especie de aficionada que lejos de escribir por necesidad, dedica algunos minutos de su milimétrica existencia a tocar con cierto aire de irrespeto el mundo de las palabras.

Luego, la culpa la tuvieron los dedos. Sí, los dedos. Parecían haberse quedado quietos. No reaccionaban frente a la idea de ver un computador y tener algo sensato, más o menos respetable, para escribir. Mejor, valdría la pena decir, que un pedazo de hierro se pegó sobre la superficie de mi mano derecha.

Las aspiraciones sublimes, como podrían llamarse esas locas ideas que tengo y que jamás resultan ser en el computador lo que imagina mi mente, terminaron de agotarse cuando, en la mitad del camino, la superficie de mi vida arrojó una palabra de cinco letras, asustadoras, inevitables y poco inspiradoras: tesis.

Fue así como tras la muerte de mi padre, dedique el tiempo libre a las lecturas académicas y a la escritura de textos en los que cada párrafo superaba las 16 líneas de complejidad que, tras llegar a más de 180 páginas, tomaron forma de requisito de grado de una maestría tan compleja como el proceso mismo: estudios socioespaciales.

Finalmente, de las dos razones que impidieron que durante casi un año actualizara este blog, me quedaron varios aprendizajes. De la muerte de mi padre y robando una frase que escuché en una bella película danesa aprendí que cuando alguien se muere es como si un velo se desvaneciera entre uno y la muerte. Con el tiempo, el velo vuelve a levantarse. También supe entender que cuando los hombres mueren de viejos, no hay motivos para llorar y que, como en el caso de mi padre, es mejor convertir la nostalgia en bellos recuerdos. Hay que pegar esos recuerdos al corazón.

De la maestría puedo deducir que el mundo académico es bastante complejo, pretencioso y en muchas ocasiones vanidoso. Pero, también con agrado puedo decir que forja criterio y que aunque quiero seguir siendo periodista, por lo menos por ahora, es necesario derrumbar el mundo imaginario de las noticias, para ratificar que la actividad de comunicar y de llegarle a la gente, sea cual sea el medio y el formato, es además de útil, una de las más bellas y necesarias del mundo.

Como último, de ambos sucesos, aprendí que la literatura es la salvación. Leer sobre la muerte, el adiós y la tristeza convirtieron a mi padre en la idea que me acompaña todos los días. Y leer literatura mientras se estudian grandes teóricos de las ciencias sociales, resulta siendo un placer pecaminoso, capaz de enfrentarse a monstruos contemporáneos que dejan en evidencia la caída de un mundo que se autoconsidera moderno.

Hoy, a unos cuantos días de que se cumpla un año del fallecimiento de mi padre y a un par de meses de que este blog caminara hacia la desgracia de un año en la orfandad, vuelvo a ratificar mis votos de actualización.

Una oportunidad más para que el 21 de diciembre de 2012, fecha en la que según el calendario Maya terminaría el mundo, agarre a este cuerpo, no solo confesado, sino también sin palabras en la boca.