domingo, 14 de diciembre de 2008

Carrera impotencia


Lo peor de vivir en un lugar peligroso no es el insistente cuidado de la vida, es la obstinada aparición de la impotencia. Vivo en Medellín, en el centro de la ciudad, para ser más exacta en la carrera 39, entre las calles 48 y 49. En palabras más locales en la carrera Giraldo entre Pichincha y Ayacucho.

Giraldo es una carrera que atraviesa una parte significativa de la ciudad, de oriente a occidente. Sobre sus costados está el Parque de Boston, la parte trasera del Teatro Pablo Tobón Uribe, la Placita de Flores y mi casa. Esta vía atraviesa varios barrios, solo por contar El Salvador, Boston, Villa Hermosa, Manrique y Santo Domingo.

Algunos de sus tramos son peligrosos y otros no tanto; pero, la fracción de carrera 39 que me correspondió vivir a mi tiene algo en particular. En esta termina una comuna y comienza otra. Aunque personajes como Pirry se nieguen a entenderlo, toda Medellín está dividida en comunas y al contrario de lo que piensa la estrella de las metáforas televisivas, hablar de comuna no hace referencia a un lugar impenetrable, peligroso y arriesgado, sino a una división territorial.

El hecho de vivir en el límite de ambas comunas (La 10 que es el Centro y la 9 que es Buenos Aires) significa estar en tierra de nadie. Nunca he conocido cerca de mi casa una organización comunitaria y aunque a unas tres cuadras más arriba hay un CAI de la Policía Nacional, en este tramo de carrera Giraldo aparecen historias inéditas que se quedan en el misterio judicial y que solo recordamos sus habitantes.

Los días en la carrera 39 entre calles 48 y 49 son normales, con la única excepción de que es una vía doble y todo el día hay que sentir como tiemblan el asfalto por el tránsito de los buses. El miedo que a veces se traduce en impotencia comienza en las noches.

Hay muchas cosas que mi mamá nunca me cree, por ejemplo que en las noches veo a una anciana sentada en mi cama. En fin, ya me he acostumbrado a que mi palabra poco valga dentro de la credibilidad hogareña. En un amanecer, siendo las 3 de la mañana si mal no lo recuerdo, escuché unos ruidos y me levanté para mirar por la ventana, aparentemente había un grupo de trabajadores de Cable Unión. No muy convencida de la explotación laboral a la que se sometían estos hombres desperté a mi mamá y le conté la película que se atravesaba por mi mente. Yo pensaba que eran hombres malvados fraguando un plan perverso, pero ella, como siempre sabe hacerlo, me mandó de regreso a la cama y me dijo: “Váyase a dormir que usted está loca y yo no he escuchado nada”.

Al día siguiente, siendo las siete de la mañana, tomamos el teléfono para hacer una llamada y no había sonido telefónico. Los trabajadores de Cable Unión, que hasta uniforme tenían, se habían robado el cable telefónico de 150 casas, una manzana entera. Del cable de teléfono se extrae cobre y un kilo de este material es vendido entre los recicladores por un total de $11.000.

En este tramo de la carrera 39 siempre hay un ruido que avisa algo. Mi sueño es bastante débil y con más razón tengo el innato poder de escuchar cosas excepcionales. También para vender el reciclaje se nos han robado la tapa del contador de agua, una varilla de la reja de la entrada y en el vecindario del lado hurtaron la placa que los hacía reconocerse como una donación de la Sociedad San Vicente de Paúl.

También han pasado cosas graciosas y simpáticas. Como en la que vivo es una casa antigua, tenemos zarzo (desván) y un día se entró una gata por el techo y dio a luz cinco hermosos cachorritos que desaparecieron luego de que mi papá, por esa extraña manía que tienen los hombres de creerse desde plomeros hasta veterinarios, se les metió al nido y dejó caer uno.

Un lunes festivo nos despertó un ruido en el techo y pensamos que era un ladrón. Inmediatamente prendimos las luces y como heroínas con capas de pijama tomamos palos entre las manos. Mi mamá gritó: “Perla, pásame el arma que vamos a matar a este hp…”, sorprendida me preguntaba por cuál arma, en mi casa no hay sino cortaúñas. Luego miré el gesto de mi mamá y era que la muy inocente pensaba que con eso iba a espantar al ratero encima del tejado. Después de amenazarlo a muerte apareció, peludo, con bigotes y balbuceando un sonido que decía: Miau.

Pero hay otras historias que no son tan simpáticas. Por ejemplo un sábado siendo las 11 de la noche había, diagonal a la casa, dos patrullas de la policía parqueadas en la vivienda de un cura misionero. De esas si me creyeron porque las vieron, así que por esta vez mi imaginación salió bien librada. Al domingo nos dieron la noticia de que dos hombres se habían entrado y habían asesinado al cura en presencia de su sobrino y su hermana.

En un día de trabajo cuando abrí la puerta para salir mi casa estaba acordonada por policías. Me imaginé con casco, botas largas y en guerra. Dispuesta a dar la lucha pregunté el por qué de la invasión. Tres casas luego de la mía habían asesinado a un indigente. Ese día no escuché nada, me contó el hombrecito vestido de verde que había sido con silenciador, me reconcilié con mis oídos y me caminé nerviosa hasta llegar a mi oficina.

Lo que me mata no es el miedo, es la impotencia y el saber que aun estando ahí no puedo hacer nada, sea porque no me creen, porque no nos atrevemos o porque simplemente tengo que protegerme. En alguna ocasión llamé a la policía y tras detener al ladrón que se estaba entrando a una casa, tocaron la puerta y me dieron las gracias por colaborar con la justicia. No dormí en unos cuatro días, imaginé una y otra vez al ratero viniendo a cobrar venganza sobre mí.

Son muchas las historias de impotencia e ira; pero, hay dos que particularmente hacen que el alma me llore cuando las recuerdo. Antes escuchábamos los ruidos gracias a mi oído, ahora lo hacemos porque tenemos una cachorrita muy sensitiva, a ella le creen más que a mí.

Otra de esas madrugadas Luna ladró y empezamos a escuchar una persecución, gritos y llantos. Lo que vino después fue un golpe a la reja de mi casa, otro golpe, un llanto y los gritos de un hombre que pedía auxilio. Dentro de lo poco que alcanzamos a ver vimos a un taxista que, según creemos, estaba atracando a su pasajero. El hombre seguía pidiendo auxilio y la reja de mi casa seguía sonando. Mis manos se entorpecieron y no fuimos capaces de llamar a la policía, ni de un celular, ni del teléfono fijo. Finalmente, tras una batalla cuerpo a cuerpo el taxista logró montar al pasajero herido nuevamente al vehículo.

No dormimos más y a las siete de la mañana cuando abrimos la puerta vimos unas goteras de sangre. Luego, por comentarios de una vecina, nos enteramos que los llantos y llamados de auxilio fueron de un hombre que amaneció en la esquina muerto, apuñalado y desangrado. Cuando lo recuerdo aun pienso que yo lo maté o que fui cómplice del conductor asesino.

Lo último fue una mujer gritando, amaneció muerta y violada a unas cuatro cuadras.

El crimen del cura lo reportaron en La Chiva, un periódico sensacionalista de Medellín, seguramente al periodista le pareció muy curioso que mataran a un cura dentro de su casa. De las demás muertes nunca más supimos nada.

Pese a que esta casa me ha visto crecer, enamorarme, entrar y llegar, siento que no aguanto más. Desde esta puerta me hice amiga de todos los indigentes que duermen en el centro y eran ellos quienes me cuidaban para irme a las cinco de la mañana a clase de seis a la Universidad de Antioquia.

Ahora, cada día que pasa y que abro y cierro esta puerta pienso en irme de aquí, tengo dos caminos quedarme y seguir fuerte o ahogarme en un mar de impotencias.

viernes, 29 de agosto de 2008

Ese ruidito que se me mete por las venas


“En verdad, si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco”.
Piotr Ilich Tchaikovsky


La vida es un conjunto de melodías y eso se descubre desde el primer momento del nacimiento. Cuando la palma de la mano del médico se deja caer sobre la piel húmeda del infante un fragmento de tiempo se detiene y deja relucir durante una milésima de segundo un sonido pleno que se articula con la bienvenida al mundo. Aclaración: el sonido siempre desemboca en llanto.

En mi caso descubrí la música de una forma diferente y quizá mi extraña configuración melódica se deba a que cuando nací el sonido de la palma no reposó sobe mis caderas y, en cambio, fue reemplazado por un estornudo que dejó como eco una alergia perpetua.

De ahí en adelante, más por invención que por recuerdos, fingía escuchar canciones de cuna y me deleitaba con los sonidos de las guitarras. Desde que nací, por sintonía de mis padres, escuché eso que los pasaditos de 40 años llaman “música de cuerda”.

Aunque para muchos sea una razón de burla mi infancia estuvo marcada por la presencia de grandes personajes de la música popular y dos de las madrinas que me consintieron y cargaron entre sus brazos, como si fuera una promesa que se les resquebrajaba entre las manos, fueron las hermanas Gaviotas y las Hermanitas Calle.

Las Gaviotas son famosas en Medellín por sus canciones de despecho y desamor y Las Calle se han ganado la inmortalidad gracias a su singular éxito ‘La cuchilla’, de hecho esa fue la primera canción que me aprendí en la vida y sin conocer aun lo que era el dolor causado por el desamor ya entonaba a grito herido que “si no me querés te corto la cara con una cuchilla de esas de afeitar”, y de paso me imaginaba como era dar puñaladas el día de una boda, arrancar un ombligo y matar a una mamá.

A los tres años me regalaron la que para los que me prometían un gran futuro sería mi primera guitarra, en realidad no era una guitarra, era un requinto que todavía existe. Ambiguamente aprendí a tocar la guitarra a los tres años, digo que ambiguamente porque ahora, 19 años después, pese a que me declaro una gran enamorada de la música, no soy capaz de tocar ni una pandereta con ritmo. Con esta primera guitarra, aprendí a tocar otro éxito que ni cual competencia a un Pedrito Fernández de generación tardía, sin pronunciar aun la ‘rr,’ se dejaba caer en lo que más que un canto parecía un sollozo que decía: “Desde el día que te fuiste jarretona, me duele el buche de tanto suspirar, ya no me aguanto esta vida hijueperra y hasta petróleo he tomado pa’ olvidar, estoy ojihundido, en los meros huesos, todito culiseco de tanto llorar y vos jarretona, echando barriga durmiendo con otro y burlándote de yo”.

Pronto me convertí en el atractivo familiar y no había reunión alguna donde no entonará uno de mis éxitos, dice el mito que la gracia que me poseía era tan particular que en algún momento pensaron en llevarme a ‘Sábados Felices’ a contar chistes o a cantar canciones. Enhorabuena el deseo no se convirtió en realidad.

Como nos pasa a todos los seres humanos después de los seis años empecé a perder la gracia y por más que me esforzaba ya no era lo mismo. Mi camino por la "música de cuerda" se detuvo e inició un nuevo proceso. Esta vez, a la mexicana, me aprendí todas las canciones de Ana Gabriel, muchas veces los niños crecemos con el despecho de nuestros padres pegado de las venas y clavado en el corazón y eso me pasó a mí, siempre me gustaron las canciones tristes que hablaban de penas de amor.

A eso de los nueve años intenté con la flauta. Pero parece ser que tras ‘La jarretona’ la música quedó vetada para mí y nunca más aprendí a tocar otro instrumento. Sin embargo, el paso por la flauta fue significativo, aprendí a querer la música clásica, la ópera y a vibrar cuando escucho a mi clásico favorito, el ruso Piotr Ilich Tchaikovsky; así mismo, desperté un gusto que aunque no es de experto, si es de regocijo por la ópera.

A eso de los once y doce años, cuando es uno quien realmente empieza a construir su propio universo musical, empecé a interesarme por los Fabulosos Cadillacs, luego aparecieron los Héroes del silencio y cerraron la etapa depresiva, en esa que uno se siente lo peor y busca un mecanismo de diferenciación, Nirvana y Radio Head.

Obviamente, gracias al entorno que me proporcionaba el colegio conocí el ragga, el merengue, el vallenato y la salsa. Finalmente, me quedé y me sigo quedando con la salsa.

A los quince años, por una novela descubrí la que hasta ahora, en materia musical, ha sido mi objeto fetiche, el flamenco. Si mal no le recuerdo la novela se llamaba ‘Amor Gitano', esta me acercó al sonido de la tristeza y de la alegría que produce escuchar una guitarra que se acompaña de palmas, cajas y castañuelas. Así fueron llegando Camarón de la Isla, Niña Pastori, Paco de Lucía, Tomatito, Remedios Amaya, José Merce y Falete.

Entre rock, flamenco y algo de música clásica fue transcurriendo mi vida. Luego empecé a escuchar música electrónica y ritmos nativos, los cuales me enloquecen. Todos sin olvidar el amor que por mi padre heredé hacia el tango y que por mi madre obtuve de la música ‘romántica’, esa que nació y creció conmigo, todos los días, antes de ir a la escuela, a las 7 de la mañana, en una voz gruesa que pronunciaba con eco: “La voz de Colombia”.

Por esta y muchas otras razones amo la música y en muy pocos casos selecciono con odio o desprecio, el corazón me salta de una forma similar cuando escucho un arpa llanera a cuando percibo una gaita o un travieso bandoneón.

Me enloquezco con un vallenato viejito bien cantado, me tomó un aguardiente doble con un éxito de los Visconti, me bailo un tango, brindo con vino por ‘Una furtiva lágrima’ de Pavarotti, le salto al rock y dejo caer mi cuerpo como un zombi al ritmo de la electrónica, eso sí suavecita. Cierro la noche con un tequila gritando con el corazón en la mano como lo hace Chavela Vargas.

Para mí, en este extraño universo que la vida ha construido y yo he terminado de pulir, vale tanto un clásico roquero como el dolor de Julio Jaramillo por un amor perdido o el deseo de quitarle a la vida esos cinco centavitos de felicidad, en nuestros pueblo, como ya lo ha dicho Daniel Samper, si la guerra nos separa la música popular nos une.

Amo la música, ese ruidito que se me mete por las venas, el arte de la humanidad, los sonidos de la subjetividad, la convergencia del espíritu con lo eterno y lo predecible, como la ópera, la música es ‘El cazador furtivo’ de lo posible y lo imposible.

sábado, 19 de julio de 2008

Antología para un guerrero invencible



“Es bueno renovar nuestra capacidad de asombro – dijo el filósofo -. Los viajes interplanetarios nos han devuelto a la infancia”.
Crónicas marcianas, Ray Bradbury.


Un texto serio para un planeta serio. ¡Advertencia!, si se le saca la rabia, su rostro puede tornarse rojo.

El espacio, la fantasía, el cine y la literatura

Un universo que se encuentra para hablar de vida en otros planetas, en Marte, en la Luna, en el espacio. Definitivamente, encantador.



Para buscar lo que no encontramos en la tierra y reivindicar nuestras ganas de querernos salir de la camisa de este mundo, los seres humanos hemos creado e imaginado muchas cosas, entre ellas hemos dado vida a la fantasía de un Dios. Así mismo, justificando nuestra imaginación con el exceso de espacio, nos hemos obsesionado con la idea de seres escuálidos, con ojos amarillentos, antenitas alargadas y poderes telepáticos, que habitan la plataforma de un planeta en especial: Marte.

Si los terrestres tuviéramos el poder de dotar de vida a otra esfera esa, sin duda alguna, sería Marte, no solo porque la ciencia favorece la posición de este planeta dentro del sistema solar, ni porque recientemente se encontraron cubos de hielo, sino también porque nos hemos encargado de moldear, en significado y significante, la palabra marciano, descargando en esta todos nuestros deseos de estar acompañados en este universo que a veces se nos presenta tan grande y nos hace tan pequeños e insignificantes ante él.

Este no es solo el planeta de los deseos, es también el mundo de los cambios, el círculo rojo que nos tiene acostumbrados a varias sorpresas y el gran misterio de la ciencia del siglo XX y lo que va corrido del siglo XXI. Desde Galileo Galilei (1564) hasta nuestros días, el cuarto planeta de nuestro sistema solar, ha representado una obsesión científica que, si se le mira desde antes, puede ser tan vieja como la tierra misma.

Marte es rojo y de eso tiene constancia el cielo. Dentro de la mitología clásica romana este gigante planetario ha sido dibujado como un guerrero invencible, dios de la guerra e hijo de Júpiter y Juno. Los griegos lo identificaron con Ares, dios de la guerra y los sacrificios. El pueblo Babilónico lo hizo con la estrella de la Muerte: Nergal o Nirgal y los egipcios lo llamaban Horus el Rojo.

Desde la antigüedad el cuarto planeta del sistema solar recibió el nombre de Marte, así mismo en honor a su existencia, un día de la semana fue llamado martes y el tercer mes del año fue nombrado marzo.

La guerra y el elemento fuego, aspectos que han identificado a Marte, también han dotado de cierta personalidad a los nacidos bajo el signo de Aries. La astrología que antes de Galilei y Kepler (1571), era sinónimo de la astronomía determina que el principio de los regidos por Marte es la violencia, la pasión, la conquista por la supervivencia, la acción, la energía, la fuerza, el movimiento y la audacia. La dosis perfecta de cualidades que cualquiera quisiera tener.

Marte representa la energía y el instinto de una persona, su coraje, determinación y la libertad de un espíritu espontáneo.

Científicamente, este encantador del cielo, forma parte de los llamados planetas telúricos (de naturaleza rocosa, como la Tierra) y es el primero de los planetas exteriores a la órbita terrestre, en muchos aspectos en el más parecido a la Tierra.

El año marciano dura 687 días terrestres y el primer dibujo que se conoce en la historia que representa la forma del planeta fue elaborado en 1636 por el astrónomo Francisco Fontana. Vale la pena anotar que incluso con el descubrimiento del telescopio, por parte de Galileo Galilei no logró observarse a ciencia cierta la estructura de Marte, en sus primeras observaciones este astrónomo italiano logró ver los cráteres de la Luna, los satélites de Júpiter, las manchas solares, las estrellas de la Vía Láctea, las fases de Venus y reafirmar el heliocentrismo; pero jamás pudo establecer las características del Planeta Rojo.

Giovanni Virgino Schiaparelli (1835-1910) inicia lo que ha sido la historia más fascinante sobre Marte, el gran protagonista del siglo XX. Schiaparelli popularizó sus observaciones sobre el Planeta Rojo. Este italiano fue la primera persona en hablar de los canales marcianos, haciendo referencia a unas líneas negras que van de un mar (regiones más oscuras) a otro atravesando a los continentes (regiones más brillantes). No obstante, cuenta la historia, que los periodistas estadounidenses de la época tradujeron el término canales de origen natural como canales de origen marciano y dotaron a estos de vida; así, gracias a estos, comienza a tomar fuerza el misterio de la vida en Marte. Hasta 1965 se dijo que las manchas que se observaban del planeta eran musgo que brotaba de su superficie.

El mito marciano comenzaba a construirse y el cuarto planeta del sistema solar iniciaba una racha de éxitos. Los trabajos de Schiaparelli comenzaron a extenderse por todo el mundo, su Astronomía popular (1877) fue libro de culto durante muchos años. En 1862 escribió ‘La pluralidad de los mundos habitados’ y una segunda obra en 1908 sobre ‘El planeta Marte y sus condiciones de habitabilidad’. El paso entre el primer y el segundo libro publicados sobre Marte fue asombroso, mientras el primero apenas ocupaba unas cuantas páginas, el segundo era de unas 600, demostrando así que Marte se hacia famoso y que por su encanto, canales, cambios de color y tormentas, estaba dotado de vida, hizo pensar que estaba habitado.

Fue tan grande el mito que Camille Flammarion (1846), astrónomo y fundador de la Sociedad Astronómica Francesa, pensaba que si llegásemos a Marte no encontraríamos mayores diferencias que las que percibe un europeo que se traslada a Australia. Sin embargo, el hombre que dentro de la historia se conoce como el principal divulgador de la ciencia marciana fue Percival Lowell(1855).

Este estadounidense renunció a su carrera de diplomático y con su fortuna se dedicó a crear observatorios astronómicos. Postuló la idea de que Marte era un planeta que se estaba secando y que sus habitantes tenían que realizar canales para conducir el agua desde los polos hasta las zonas desérticas de la superficie marciana. En 1900 estaba tan arraigada la idea de la existencia de marcianos que se cuenta la anécdota de una acaudalada dama que dejó 100.000 francos oro a la Academia de Ciencias de Paris para que estos fueran entregados a la primera persona que se comunicara con otros planetas, eso si, exceptuaba la señora: “¡Que no sea Marte!, pues sería demasiado fácil”.

El mito se siguió sosteniendo y dentro del poderoso entramado de la ciencia marciana apareció la literatura con la novela “La guerra de los mundos” de Herbert George Wells, basada en idea de que el planeta Marte se está muriendo de sed y sus habitantes deciden conquistar nuevos mundos, es decir, llegar al planeta tierra.

El 30 de octubre de 1938 Orson Welles describió la invasión de los marcianos, basándose en la novela de Wells. A pesar de que el evento fue avisado en varias ocasiones y de anunciar en los descansos que todo era producto de la imaginación, la histeria marciana logró apoderarse de la gente, las personas salían de sus hogares, buscando auxilio y llamando la policía.

Esta historia volvió a repetirse el 14 de febrero de 1949 en Quito (Ecuador) y en esta ocasión la reacción del público fue mucho peor, hubo un motín que acabó con el asalto e incendio de la emisora, se perdieron 20 vidas humanas y el edificio quedó hecho ruinas. El director de la emisora que transmitía la supuesta invasión, ante la suma de acontecimientos, terminó tirándose por la ventana y resultó gravemente herido. 15 personas fueron detenidas y dos de estas hacían parte de las directivas de la emisora. En Lisboa, el 25 de junio de 1958 volvieron a retrasmitir el programa y tuvo que ser suspendida la emisión por las alteraciones del orden público.

En 1946 el escritor estadounidense Ray Bradbury publicó una serie de relatos que llamó ‘Crónicas Marcianas’, en estas narra, con majestuosidad, la llegada a Marte y la colonización del planeta por parte de los humanos, hecho que provoca la caída y extinción de la civilización marciana.

Los mitos sobre Marte se vieron tambalear en muchas ocasiones, la existencia de marcianos era un hito, se daba por sentado el hecho de que había vida inteligente. No obstante, 1965 representó un año de quiebra para los aficionados a los marcianos. En este año La Sonda Mariner 4 de los Estados Unidos logró 20 fotografías de la superficie de Marte, en este hecho se comprobó que este planeta era un territorio sin atmósfera, seco, sin selvas, sin musgo y sin canales de agua construidos por marcianos. El único canal que se observaba era un canal natural.

Este hecho derrumbaba la fantasía marciana entre muchos, el sueño de no ser los únicos comenzaba a desvanecerse. Sin embargo, y por eso se dice que Marte nos tiene acostumbrados a las sorpresas, en 1976 la Onda Vikingo logró demostrar la existencia de piedras redondas en Marte, lo cual dejaba en evidencia que Marte había tenido ríos, agua y océanos que se habían secado a causa del efecto invernadero.

De ahí que entre nuestras civilizaciones sea común el mito de que nuestra raza humana es el producto de un viaje intergaláctico que realizaron los marcianos, tras una explosión vivida en el interior del gigante rojo.

A principios de 2008 la sonda Phoenix de la Nasa encontró hielo en la superficie de Marte, descubrimiento que aviva los signos de vida en el Planeta Rojo y que nuevamente deja vía libre a relatos que como ‘Bajo las lunas de Marte’, de Edgar Rice Borroughs, o los malévolos hombres de Marte de los que siempre nos defendieron Back Rogers o Flash Gordon; le dieron la posibilidad a la raza humana de combatir la adultez y regresarse a la infancia.

Queda demostrado que, como es frase común entre muchos astrónomos, “la clave de la vida no es la inteligencia, sino la versatilidad”.

jueves, 12 de junio de 2008

Adiós a la Monalissa


Otra de esas historias sacadas del baúl familiar. Simpática, asombrosa, digna de valentía, carente de corazón y recogida con las sobras de la ignorancia.

Diente por diente a mi tía le arrancaron la sonrisa. Cuando tenía 12 años mi abuela le hizo sacar todos los dientes, uno a uno, con un solo pretexto, regalarle de cumpleaños un artículo único, exclusivo y a la moda.

Es evidente que mi tía jamás olvidó su regalo, es más, hoy a los 45 años cumplidos doña Esther Solina Castaño Gallego sigue conservando su regalo, aferrada a él día tras día le sirve para sonreírle a los muertos que arregla, hablarle a los clientes que atiende y gritarle a los guerrilleros que acecha.

Es innegable que ella es una mujer particular, su capacidad de camuflarse entre las cosas más raras del mundo es única. Vive en un corregimiento llamado Corrientes en el municipio de San Vicente, Antioquia, y en este espacio de unas 150 casas cumple diversas funciones sociales: ahoga las penas de los amantes, vela a los muertos y se defiende de los revolucionarios que apuntan en su frente pidiendo un pedazo de pan.

Digo que con el regalo que le dio mi abuela atiende las penas de los amantes porque en esa pequeña población, donde todos se conocen, mi tía es una de las personas que administra una cantina. Yo nunca he podido entender como entre menos de mil habitantes pueden haber cinco cantinas y todas estar repletas cada fin de semana, esperando la media noche para evaporar sus alientos, sacar el machete de su cinto y dejar una fina cortada en la pierna o el brazo de aquel que durante toda la noche ha mirado a su contrincante con el deseo de la muerte y el dolor de un amor perdido, casi todas las peleas son por amor. Y es que en el campo las cosas a veces son complicadas, sanguinarias y crueles; de mi infancia, yendo a visitar a mi tía, recuerdo un montón de historias de machetazos y puñaladas que si las contara ahora me confundirían con un espanto que se quedó en el sanguinario viejo oeste, en el espacio donde no hay lugar para los débiles.

En ese no lugar para los débiles que es Corrientes han aparecido varios muertos de alto turmequé, heridos también; pero lo que importa en la vida de Solina son los muertos. Ella, cada que hay uno, es la encargada y delegada de ir a recogerlo, limpiarle la sangre, hablarle, llevárselo para su casa, bañarlo, vestirlo con ropa vieja que mantiene y esperar en velación hasta que llegue el doliente.

Gracias al regalo que le dio mi abuela ella se entretiene mirándolos, les habla y se encarga de que esa noche que pasan con ella, sea la mejor noche de la vida del difunto, la primera en el más allá.

Le ha tocado “arreglar”, como dice ella, muertos de amor, muertos de rabia, muertos de venganza, muertos de susto, familiares y caídos en guerra por las ‘causas justas’ que defienden nuestros guerrilleros, y es por esas causas justas que más de una vez le ha tocado armarse de valor y, haciendo uso del regalo que le dio mi abuela, enfrentarse a los guerrilleros que merodean por el pueblo. Cuando van a pedirle comida, a reclamarle trago o a reprocharle el por qué ha recogido a un desdichado que cayó herido en la carretera, Solina les responde a la cara, les dispara con un tiro que a veces duele más: la pólvora eterna de las palabras.

Lo que le regaló mi abuela a mi tía, tras un año de robarle la sonrisa fue una caja de dientes. A la edad de 12 años Solina se quedó mueca y en los brazos gordos de una señora llamada Manuela dejó caer su cuerpo, derramó su sangre y se olvidó durante un año de lo que era sonreír. Tras superar la ausencia de su dentadura, mi abuela le obsequió una caja de dientes. Solamente porque estaba a la moda mi abuela le quitó a mi tía la oportunidad de conocer lo que era una caries.

Manuela era una señora gorda, morena, de brazos fuertes y mirada desafiante. Le arrancó los dientes con unas tenazas, la misma herramienta que se usa en los trasteos para cortar cables. El procedimiento quirúrgico fue primario, sin anestesia, a sangre viva, invasor y doloroso. El recuerdo es semejante a una guerra de entrañas que tiran de un hilo para vencer en un pantano y desfallecer en una silla de madera que, por unos cuantos instantes, reemplazó la comodidad de una camilla con sábanas bien tendidas.

Hoy, con 45 años, Solina todavía tiene la misma caja de dientes, por convicción o romanticismo nunca la ha querido cambiar y todos los días se levanta, la lava en jabón, le aplica desinfectante y se prepara para sonreírle, ya sea a un borracho, a un guerrillero desprevenido o al ángel que con un disparo acaba de reemplazar su sonrisa por el pálido color de la muerte.

jueves, 29 de mayo de 2008

El cartero llama dos veces y el corazón no sé cuántas


“Los cabellos le caían sinuosamente sobre los hombres. Tenía los ojos oscurecidos y sus pechos no se me presentaban desafiantes y puntiagudos, sino suaves y extendidos en dos amplias combas rosadas. Parecía la bisabuela de todas las rameras del mundo. El diablo no quedó defraudado aquella noche”…Fragmento de El cartero llama dos veces
James M. Cain

A veces no logro entender cuáles son los efectos que producen en mi estomago las cartas escritas a mano. Si son para mi representan el todo y la nada, la tristeza y la alegría, la tranquilidad y la preocupación. Si son para otros no puedo parar de imaginarme, con algo de morbo, qué es lo que dicen, por qué fueron escritas y en qué lugar del mundo irán a parar.

Confieso que algún día traté de coleccionar cartas de amor, las recogía de peleas de amantes, de madres que se despedían tristemente de sus hijos y de almas que se despojaban de un cuerpo para dejar su cuello sujetado a una soga. Finalmente, me cansé de tener tantos fantasmas gritando en un mismo cajón y decidí quemarlas con el agua bendita del infierno.

Me siguen gustando las cartas que son escritas a mano y si las trae el cartero me gustan más. No hay nada comparable con la sensación de abrir un sobre y descubrir el asunto del cual es portador. Sé, además, que no soy la única persona que descubre un gusto especial en el doble sonido que dejan los golpes de un cartero sobre una puerta. La distancia, en definitiva, nos enseña a amar a los carteros.

Puede que sea una romántica pero en ese rango de extinción mi corazón no logra igualar sus palpitares entre las acciones de abrir un sobre y leer un correo electrónico, y en ese sentido me declaro públicamente materialista, prefiero el papel.

Hoy quiero más cartas que nunca. Es una lástima que los amores siempre lleguen tarde y que solamente alcancen la distancia; siempre he pensado que te aman más cuando estás lejos. Supongo, que al final, cuando hasta el amor quiera morirse, el cartero volverá a tocar la puerta por dos veces y no logrará encontrar nada más allá de un recuerdo.

No quiero que me pase como a Frank Chambers y a Cora, protagonistas de la novela El cartero llamado dos veces, del estadounidense James M. Cain, ellos dejaron de escuchar el ruido del cartero. Este llamó dos veces, hasta tres, pero su corazón palpitaba tan fuerte que ni siquiera escucharon el sonido de la muerte.

El cartero llama dos veces, aunque para muchos es un libro conocido, fue mi última novela en leer y cuando cerré las tapas negras que protegen las preciadas hojas, sentí ganas de morirme, no sin antes recibir una carta en la que se me informara de la ausencia de mi último amor.

Esta novela, adaptada dos veces al cine (en 1946 con Lana Turner en el papel de Cora y en 1989 con Jack Nicholson y Jessica Lange), es, como las cartas, una historia de amor y desamor, de muerte y de vida, de golpes, debilidades, fortalezas y esfuerzos que, como muchos, terminan desbordándose por un despeñadero de carros en una carretera que conduce hacia Los Ángeles.

El libro, publicado por primera vez en 1954, logró despertar en mí algunos demonios, ganas de matar, ganas de morir y el impulso indescifrable de volver a recibir una carta. Tal vez, en mi vida, el cartero no vuelva a tocarme la puerta nunca más.

lunes, 28 de abril de 2008

Maniobras viciosas emparentadas con la crueldad mental


“Los hombres son absurdos, se entretienen en trazar rompecabezas con las cosas del cielo, como si no tuvieran bastantes quebraderos de cabeza aquí en la tierra”.Arturo Cancela

Decididamente, los rompecabezas imitan el funcionamiento imperfecto de la raza humana y es por eso que descubro un gusto especial en ellos. Armar piezas, desarmarlas y poder decidir sobre una misma figura. ¿Qué falta? ¿Qué no falta? ¿Qué va aquí? ¿Qué va allá? Es muy posible que estos entramados de fichas de cartón terminen por revelar mis comportamientos obsesivos, e incluso hasta mi necesidad de estar controlando.

Lo que resulta curioso es que en medio del dominio de mi mundo que traza el año de 1984, en el que controlo los desplazamientos y pasatiempos, también resulto convertida en una persona paciente. Los rompecabezas, también conocidos y aprobados por la Real Academia de la Lengua Española como puzle, terminan siendo una de mis salidas a los momentos de desespero y tal vez una de las únicas actividades en las que puedo permanecer constante, sin desfallecer y sin pegar un grito que se ahogue en una pieza de cartón.

En el fondo del asunto creo que a todos nos gustan los rompecabezas. Unos los llaman acertijos; otros, cubos; incluso otros le dicen vida, y tal vez algunos lo llamen Dios. Eso sí, la manía es evidente y la necesidad de andar armando cosas sobre la nada es irremplazablemente humana.

Además de ser humana es una manía antigua. Este juego de mesa que combina correctamente un conjunto de partes fue inventado en 1762 por el cartógrafo londinense John Spilsbury, un tipo maniático, seguramente, que quería controlar con el único pretexto de educar. Demasiado controlador y entretenido como para hacer parte de un proceso educativo. Un siglo más tarde Milton y McLaughlin Bradley comenzaron a fabricar los puzle y a venderlos en series.

Cuando digo que Spilsbury debió haber sido una especie de tipo maniático no estoy mintiendo. El hombre era propietario de una imprenta en la Calle Russell en Covent Garden, la cual era caracterizada por ser la más mágica y sorprendente de todas. A su alrededor podían observarse las piezas claves para armar un mundo: mapas y cartas, objetos de escritorio, almanaques, Biblias, impresos de todos los gustos y montones de mapas recortados. En una sola habitación existía la tierra representada en los mapas, la manía de medir el tiempo en los almanaques y la necesidad de un Dios enmarcada en un libro que dice tener más de cinco mil años.

Los puzle empezaron a extenderse y a ser populares entre los niños. En pleno siglo XVIII, cuando aún no se habían inventado las tiendas de juguetes, tener un rompecabezas a la mano era algo más allá que tener un lujo. Estos eran tan costosos que su precio podía llegar a ser igual al del salario de un agricultor de la época. Solo tenía un puzle quien por la clasificación natural estuviera en la capacidad de tenerlo.

Hoy día, las cajas enteras de rompecabezas esperan en las estanterías de los almacenes a ser adquiridas por una mano maniática, una de esas manos que construye y que destruye sus propios ideales reflejados en un cuadro plano de cartón subdividido en una infinidad de mundos.

Más de veinte años tuvieron que pasar para que los rompecabezas dejaran de ser mapas y más de un siglo para ser objetos populares entre todas las clases sociales.

246 años después de su descubrimiento los rompecabezas siguen haciéndole honor a su nombre y, como objetos de estudio, puede decirse que el más grande de los puzle que ha existido fue fabricado por Spilsbury en 1760, éste pegó uno de sus mapas a una tabla de madera y luego la cortó en piezas según la forma de de los países.

Así mismo puede decirse que el más pequeño de los rompecabezas fue fabricado en suecia y que el Guinness World Records de 1984 considera que el puzle más difícil de montar tiene 99 piezas y mide 7,75 x 5,7cm.

Según el Guinness World Records el puzle más grande se montó en Francia hace algunos años. Medía nada más y nada menos que 4.783m² y estaba compuesto de 43.924 piezas. Otro fue el que se montó en 1991 en Holanda: tenía 204.484 piezas y unas dimensiones de 95,25 m².


La primera crueldad de la mente

La primera vez que me rompí la cabeza haciendo un puzle ni siquiera sabía que podía llamarlo puzle. Con decir las ‘fichitas del conejito’ era más que suficiente, de inmediato todos sabían a que me refería, a ese conejo bandido que abrazaba una flor y que se guardaba en una caja ordinaria que decía ‘rompecabesas’, si mal no lo recuerdo la cabeza de tanto romperse había quedado con S. Ésta, tan singular, había sido comprada en la Plaza de Mercado de Rionegro.

Tenía siete años y nunca pude terminar de armar el dichoso conejo, el puzle se convirtió en algo tan popular que ya ni siquiera importaba que los vendieran ordinarios y con una cantidad de piezas ausentes. Del conejo conocí sus ojos, lo vi abrazar la flor, sentí la textura plana y toscas de sus piernas; pero, fue la primera vez que presencié la maldad de un hombre reflejada en un animal, al conejo nunca le conocí una de sus orejas, por capricho de la economía un fabricante sin escrúpulos hizo que, mi primer rompecabezas, fuera el escalofriante producto de una mutilación.

Desde aquel entonces comencé a armar rompecabezas y aunque nunca he llegado a ser una experta, me siguen gustando. Tampoco los colecciono, las cosas no van más allá de un gusto por el misterio que trae cada ficha y por la necesidad inminente de tenerla que poner en su lugar. Algunos acompañan mis objetos del pasado, otros hacen parte del presente y hay unos que todavía esperan a ser armados.

Los rompecabezas nunca tienen fin y siempre seguimos armando un mundo, nuestro mundo, el mundo de otros. Hoy día son tan diversos que hasta se concentran en páginas enteras, atormentadoras, bellas, únicas, insatisfechas.

Es como si en un solo espacio las piezas de la oreja del conejo se devolvieran hacía mi vida. 15 años después sigo armando rompecabezas y ahora literalmente trato de romper mi cráneo resolviendo un misterio, una pieza ausente que me dará como resultado el nombre de un asesino en serie.

Mi último rompecabezas es un libro, tal vez uno de los libros con el nombre más bello que jamás haya visto. Se llama ‘Elogio de la pieza ausente’ y fue comprado por otras manos en 12.000 pesos, en una canasta de ofertas. Seguramente a su autor, Antoine Bello, no le fue muy bien y por eso el pobre libro terminó en la caja de la ambigüedad. Digo que de la ambigüedad porque es la caja a la que no queremos llegar quienes deseamos escribir, pero a la hora de leer es nuestra caja favorita para comprar.

‘Elogio de la pieza ausente’ ha sido mi último rompecabezas. En 48 piezas, que equivalen finalmente a 47 lecturas, unas más apasionantes que otras, el autor revela el rostro de un asesino en serie, un hombre que mata destruyendo y reconstruyendo puzle. En sus asesinatos siempre corta una parte de su víctima diferente y deja, en su reemplazo una fotografía suya que representa la misma parte que acaba de mutilar en el cuerpo inerte. Se habla de la pieza ausente porque la pieza número 48 del rompecabezas equivale a esa pieza que todos hemos perdido en algún momento, es una pieza en blanco, una ficha ausente.

Y así avanza la vida, como un rompecabezas en el que hay malos, buenos, manos asesinas y dadoras de vida. Una necesidad de construir, un deseo inminente de controlar algo. Los días se pasan mientras los seres humanos seguimos sin comprender que en nuestras manos y nuestra cabeza habita ese inminente impulso de, como en un puzle, armar un mundo que más tarde vamos a destruir.

martes, 1 de abril de 2008

De mis amaneceres kafkianos y las siete vidas del diablo


Si hay algo peor que despertarse convertido en cucaracha, es despertarse con la cucaracha encima. Desde hace una semana estoy recibiendo señales. No entiendo por qué a mí pero parece que el dios ‘Cucaracho’ está empeñado en mostrarme mi camino como defensora de la estirpe de las cucarachas.

El domingo 23 de marzo, siendo las cuatro de la mañana, mientras dormía, sentí que algo me caía del techo palmoteando mi cara, directamente al cachete y con dirección a mi lunar. Me desperté acelerada para saber qué era lo que estaba pasando y quién se atrevía a interrumpir mis sueños con una caricia. Cuando prendí la lámpara encontré que al lado de mi almohada una cucaracha reposaba. De inmediato lancé un grito de auxilio.

Los ecos hicieron que mi mamá apareciera. Al verme alabando y saltando en nombre de la cucaracha tuvo una segunda aparición, esta vez parecía una heroína, insecticida en la mano y chancla en el cinto de su pijamita de dormir. A pesar del escándalo, los poderes de mi mamá no bastaron y la cucaracha se escapó. Nuevamente volvíamos a nuestras camas confiadas en que el insecticida hubiera hecho bien su trabajo.

Tan solo pasaron 10 minutos cuando empecé a sentir que ese mismo amante silencioso acariciaba la planta de mis pies. Con los ojos cerrados pensé que no podía ser la cucaracha, que era demasiado absurdo; pero, prendí la lámpara y nuevamente estaba ahí, Gregorio Samsa convertido en cucaracha se balanceaba lentamente sobre mi cama, envenenado, con sus últimos alientos, pero feliz de hacerme pasar la peor noche de la vida. Otra vez grité y la heroína apareció. Esta vez hizo uso de su último y desagradable recurso, Gregorio se quedó estampado en la chancha rosadita.

Antes de regresar a la cama la heroína me dijo: “Ese era el diablo y eso le pasa por no rezar en Semana Santa”.

Pues si señores, la primera muerte del diablo tuvo lugar en mi casa en la madrugada de un domingo 23 de marzo, que además era domingo de resurrección. ¿Los motivos de la muerte? Una hija que no reza.

Tranquila por la muerte del diablo y la desaparición de la cucaracha, seguí viviendo. En medio de la Semana de Pascua y del trabajo se me olvidó el incidente y no volví a pensar, ni en cucarachas, ni en el diablo, ni en mi mamá, ella salió de viaje.

Hoy, primero de abril, siendo la una de la mañana me desperté asustada pensando en Gregorio, prendí la lámpara y ahí estaba nuevamente, no sé si era el diablo que regresaba o si era otra vez Gregorio convertido en cucaracha, pero nuevamente me miraba.

Ahora no sé qué pensar, sigo teniendo días difíciles, el diablo me persigue, las cucarachas me exigen salvarlas y Gregorio Samsa insiste en conquistarme. Parece que soy demasiado irresistible a la hora de acariciar esas antenas.

Lo único que sé es que esta vez fue gracias a mi padre, pero el diablo murió por segunda vez. ¿Cuántas vidas más le quedan a Satán?

viernes, 14 de marzo de 2008

Memoria de un rostro escondido


En este noble oficio que da cachetadas con el mismo ritmo que tira besos, nadie está libre de encontrarse con experiencias que logran erizar pelos, convertir pieles en gallinas y ojos en lagunas invisibles.

Por ese capricho que tiene el periodismo de tirarle a uno la realidad en la cara, hoy salí llorando de una entrevista. Aunque el área que cubro desde hace unos ocho meses no pareciera tener mucho vínculo con los temas sociales, a cada momento me pone el freno en el zapato y termino siendo el paño de lagrimas de algún emprendedor.

Sí. Trabajo en el Portal de Emprendimiento de la Alcaldía de Medellín, soy la periodista. Hoy salí a hacer una reportería al Colegio Mayor de Antioquia para entrevistar a un decano. Donde el hombre, llegaba predispuesta porque me había dejado plantada en una cita que habíamos concretado con anterioridad.

Cuando llegué, me atendió un hombre delgado que vestía camisa amarilla y pantalones negros. Comenzamos a hablar del pregrado en Administración de Empresas Turísticas. Yo veía hablar a una persona de unos cincuenta años, tal vez más. Hablaba de turismo, hablaba de economía, pero se le sentía una tristeza en el alma, un descuido, un dejo para hablar, una nostalgia escondida.

Cuando terminamos de hablar de turismo y de las posibilidades que tienen los jóvenes de crear empresa en este campo, me preguntó por mi oficio, le dije que era orgullosamente periodista de la Universidad de Antioquia.

Él, con una actitud que más bien parecía una pausa suspendida, me pidió cinco minutos para contarme su historia.

Este hombre que hoy se esconde tras la figura de un decano es periodista y ejerció su oficio durante la época del narcotráfico en Radio Super. Era periodista judicial y dictaba clases de redacción de informes en la Policía Nacional. Así comenzó a cultivar sus mejores fuentes.

Él fue, tal vez, uno de los periodistas judiciales más reconocidos de la ciudad, e incluso la persona que le informó a Héctor Abad Gómez, antes de morir, que iban a matarlo por el solo hecho de defender los derechos de esta pobre humanidad.

Un día, los violentos le pidieron hacer pública una lista de amenazados en la emisora, él se negó y de inmediato aparecieron las amenazas. Un petardo fue lanzado en su casa y otro en Radio Super.

Fue así como terminó trabajando con J. Enrique Ríos en el campo económico, abandonó las peripecias del periodista judicial y se enlistó en el terreno de los números. Acompañado de cifras, las amenazas no pararon hasta que se retiró del periodismo.

Empezó a trabajar en la Universidad Luis Amigó y ahora labora en el Colegio Mayor de Antioquia. Varios años trabajando en el área administrativa. Varios años de una tristeza escondida.

Cuando terminó de contarme su historia, le pregunté por la posibilidad de ejercer. “Siempre he querido volver a ejercer, lo he soñado. Yo soy un periodista en la sangre”, me dijo con la mirada perdida.

“Hasta el momento he sobrevivido sin el periodismo gracias a la lectura”, concluyó. Solamente de ver su rostro se me aguó el corazón. Respire, le di un beso en la mejilla y salí. Me marché del Colegio Mayor llorando pero sé que a este rostro escondido del periodismo el llanto se le quedó pegado del alma.

sábado, 23 de febrero de 2008

Cuentos cortos para escuchar



“La brevedad es hermana del talento”. Antón Chéjov

Razón tenía el ruso Antón Pávlovich Chéjov cuando decía que “la brevedad es hermana del talento”, frase poderosa más aun si se considera lo difícil que es escribir textos cortos. Desde que estaba en la universidad se me ha hecho complicada la tarea de resumir los artículos en palabras o caracteres designados, a veces por capricho y otras veces por espacio o necesidad.

En honor a los escritores capaces de contar una historia he decidido abrir un espacio para los cuentos cortos. Haciendo uso del audio, a partir de este momento, trataré de incluir, a lo menos cada 15 días, un cuento corto dentro de la barra lateral izquierda de mi blog.

Para comenzar que mejor ejemplo que el guatemalteco Augusto Monterroso, a quien su indudable talento para escribir cuentos cortos lo ha llevado casi hasta la gloria literaria. El cuento con el que inicia esta sección, que espero no sea pasajera, es ‘La rana que quería ser una rana auténtica’, una historia que algún día, en cualquier espacio, alguien me leyó y no he podido sacar de la cabeza. Es más, desde ese día, como no cuento con el talento para escribir cosas cortas (mucho menos largas), estoy empeñada en tener un espacio de cuentos cortos en mi blog.

Ahora, recurro en busca de ayuda a todas las personas cercanas que desperdician cinco minutos de su tiempo para compartir en este blog. La ayuda consiste en aportes voluntario para no dejar morir este capricho. Se reciben cuentos cortos de autores conocidos, se reciben cuentos cortos inéditos, se reciben historias personales que parezcan cuentos y se reciben voluntarios que quieran poner su voz para grabar estas pequeñas historias. Obviamente, se recibe cualquier clase de recomendación técnica, científica, teológica, con razón o sin razón.

Vamos a ver pues cómo nos va en esta tarea de leer cuentos cortos, de escuchar historias breves. Solo espero que cada quince días, por caprichos del azar y disposiciones temporales haya un audio nuevo para escuchar y una reseña para leer.

viernes, 15 de febrero de 2008

Imagino que no vale la pena pensar para escribir esto



Es muy seguro que esta noche, al calor de unos tragos y las llamas del infierno, se reúnan los más grandes escritores que nos ha regalado la historia ¿El motivo? Revolcarse en sus tumbas y reírse de las pretensiones humanas.

Ellos, como dioses de ultratumba, han de estar celebrando y festejando su paso por la historia. Riéndose de nosotros con los brindis de cada trago y alabando su habilidad, un arte de esos que, en nuestros días, muchos pretenden lograr con los códigos informáticos y los descrestes intangibles.

Gracias a una amiga cercana, Sarita Palacio, cuyo blog recomiendo, me enteré, siendo exactamente las cinco de la tarde del viernes 15 de febrero, de una noticia que más que siniestra puede resultar pretenciosa y salida de los cabales de cualquier humano corriente.

El agravio, publicado en un portal educativo de la Argentina, anuncia el siguiente titular “Un amor verdadero, la primera novela escrita por un software”. Esto quiere decir que, por primera vez en la historia, una máquina escribió una novela completa.

El proceso comenzó por una propuesta de una editorial rusa que presentó, días atrás, según lo indica el portal argentino, una novela escrita por un programa de computación. Esta solamente tardó tres días en ser escrita gracias a la colaboración del programa PC Writer 2008.

Este año, que vaticina esta tragedia para el mundo editorial, le regala al mundo una nueva obra ‘literaria’ (entre comillas) que cuenta con 320 páginas y tiene 10.000 ejemplares en el mercado.

El proceso fue simple ¿Cómo no va a ser simple no pensar en lo que se está escribiendo? Los creadores del PC Writer 2008, introdujeron las pautas iniciales de la historia. Decidieron que esta se desarrollaría “en una isla desierta, adonde llega un grupo de personajes que padece de amnesia”, dice el portal argentino que explicó el director de la editorial Astral SPB, Alexander Prokopovich. La trama transcurre en medio de una situación en la que nadie sabe quién es su pareja, motivo perfecto para encontrar al amor verdadero.

Cual hijo pródigo que traiciona a su padre, trece escritores, cuyos nombres, por dignidad imagino no revelarán; fueron los encargados de cargarle al software el vocabulario, el lenguaje y las herramientas narrativas con que contaría la revolucionaría obra. Una vez terminada, la novela Un amor verdadero, fue corregida como cualquier otro libro, con lápiz y papel, una de las pocas formas que aún se conocen de hacer arte puro.

Lo más irónico es que esta obra está inspirada en la celebre e histórica novela Anna Karénina, del escritor ruso León Tolstoi. Una muestra más para sentenciar que una máquina no puede pensar.

Para cerrar la serie de gravedades es preciso citar de nuevo las palabras del editorialista ruso, este, como lo expresa el portal argentino, sin ninguna posibilidad de defensa de parte de los dioses de ultratumba, sentenció que “con PC Writer 2008 se podría prescindir de los escritores, con sus faltas de inspiración, sus retrasos y sus elevados salarios”.

Aclaro que mi enfoque periodístico en este momento es la red. Sin embargo, aunque sean los nuevos medios uno de los paradigmas del qué hacer periodístico, rechazó con absoluto desdén la aparición de esta clase de herramientas, más aún en épocas en las que todo el mundo piensa que el noble oficio de escribir es una actividad muy fácil.

No sé si pecaré por romántica, pero, dentro de mi software personal, muy diferente al PC Writer 2008, sigue configurado un código que me hace pensar, día tras día, que el oficio de escribir es difícil.

Mientras tanto trataré de hacer caso omiso de esta obra y seguiré leyendo a los celebres dioses de ultratumba, ellos siguen siendo todos los días un mundo nuevo por descubrir.

Ver el artículo completo en el portal argentino.

lunes, 11 de febrero de 2008

Es mejor no planificar la vida



Muchas mujeres vivimos hoy día, con extrañeza, las arduas consecuencias de una vida bien planeada. Por estos días es mejor dedicarse a tener hijos, a levantar un hogar y a ser esclavas del ritmo que impone la olla pitadota. Una sentida protesta para todas las mujeres que contemplan la decisión de no ser madres.

Ese pito parece aburridor. Ese pito desespera. A ese pito debemos recurrir todos los días. Ese es el pito que marca la vida, el mismo que indica la cocción del pollo en la olla a presión.

Por estos días ser mujer y tener una vida planeada no trasciende más allá que en una satisfacción personal con un alto déficit de adrenalina. La situación se empeora cuando la mujer que planea esa vida, como yo, se casa con lo común y no supera el estrato tres dentro de su vida social.

Hace poco a una de mis primas la despidieron del trabajo. Las palabras justificadoras fueron significativas para una situación que ha dado la vuelta por un círculo que trae consigo la inequidad, luego llega a la equidad y vuelve a la inequidad. Esto puede parecer confuso pero, para ser más explícita, a mi prima la despidieron porque la empresa en la que trabajaba decidió que para hacer parte activa de la población trabajadora había que ser madre cabeza de familia.

Esta es una situación común de encontrar en nuestros días. La irresponsabilidad de muchos hombres ha provocado que en Colombia, más de la mitad de las madres sean mujeres cabezas de hogar. Así las cosas en la búsqueda desesperada de los gobiernos por proveer de fortalezas y alimentos a estas mujeres, hemos caído otras tantas. No sé si víctimas de la misma ineptitud masculina, pero si estoy segura que laceradas por la misma cadena de abandono.

Otros dirán que es culpa de las mismas mujeres, que la pierna suelta, que calenturientas y no sé cuál otra cantidad de palabras más. De todas maneras si hay un hijo es porque hay un padre y si las mujeres tuviéramos la alternativa de procrear solas, de seguro, más de una hubiera tomado la decisión de hacerlo.

No tengo nada contra las madres cabezas de hogar, es más, muchas de las mujeres de mi familia son las que se han amarrado los mismos pantalones que los hombres dejaron tirados en un momento de euforia encima de una cama. Pero, he notado, mientras busco nuevas oportunidades, que las mujeres que hemos decidido no ser madres estamos perdiendo todas las oportunidades laborales y crediticias.

Así como todas las mujeres tenemos derecho a ser madres, también deberíamos tener derecho a no serlo. Los ritmos de la vida han cambiado y ahora para acercarse a buscar un trabajo o un crédito, en muchas ocasiones, primero debe de certificarse que se tiene una responsabilidad en crecimiento.

Esta responsabilidad excluye madres, padres, suegros, suegras, padrastros, hermanos, hermanas, madrastras y abuelos. Solamente se aceptan responsabilidades en crecimiento, con las encías superiores descubiertas, los cachetes sonrojados y las rodillas raspadas.

Una cosa es apoyar a la mujeres que con el sudor de sus frentes levantan sus hijos a punta de aguapanela y bienestarina, pero otra, y muy diferente, es que se olviden de las que no somos madres.

Siguiendo con la lista de frustraciones; además, del despido acelerado de mi prima, hace poco me acerqué a mi Caja de Compensación Familiar, de la cual mejor omito el nombre, para preguntar por un crédito de vivienda, entre los requisitos no está ser madre pero si es completamente claro que si mi madre puede pararse, mi padre tiene pensión y no tengo una responsabilidad en crecimiento no puedo acceder a un préstamo porque las mujeres cabeza de familia son la prioridad.

Después de unas cuantas búsquedas que me han mostrado el mismo panorama he logrado comprender que para comprarme una casa propia, que sea mía, primero debo hacer otros intentos. Ahorrar es la solución más difícil; pero, de ahí para adelante tengo otras opciones: conquistar a un traqueto, ganarme el baloto, atracar un banco o llenarme de muchachitos y encerrarme en una cocina a esperar a que pite la olla presión.

Mientras tanto, frente a esta abrumante situación he tomado una sabia y desesperada decisión: ¡Señores busco marido que me mantenga!

domingo, 3 de febrero de 2008

¿Vos y yo qué venimos siendo?




A diez minutos del barrio Los Gómez en Itagüí y a unos cuantos pasos de Belén y Guayabal, se encuentra la vereda El Reposo, un lugar donde sus habitantes, por no contar con una vía de acceso definida, se han visto en apuros para subsistir, a tal punto de tener que casarse entre primos, tíos y sobrinos. Sigo buscando en el baúl de los recuerdos.

Justo en la mitad del todo y de la nada queda El Reposo, una vereda del corregimiento Altavista que, a pesar de su cercanía con Medellín y con Itagüí, permanece aislada como un reino en el más inocente cuento de hadas.

Para llegar a este “reino” es necesario tomar una carroza de seis llantas con un letrero que indica la ruta 143 de Guayabal. Justo al terminar el recorrido, deben alistarse un buen par de piernas que le colaboren al cuerpo en la difícil tarea de caminar por unos rieles que suben y suben con dirección exacta a un lugar cuyo nombre sólo sugiere calma.

El camino está rodeado de pinos y dicen algunos habitantes de Belén Rincón, uno de los barrios vecinos de El Reposo, que en las noches “suelen aparecer allí perros lobos”. Un guayacán amarillo es una de las primeras cosas que dan la bienvenida a la cúpula del “reino” y, luego de dar media vuelta, se deja al descubierto tal vez una de las vistas más hermosas con que cuenta Medellín.

Las primeras personas en poblar El Reposo llegaron desde el municipio de Armenia Mantequilla, al occidente antioqueño. Poco a poco la población se fue reduciendo y fue viendo la necesidad de procrear. Al no tener cerca personas externas a la familia y no viajar al centro de Medellín muy a menudo, tuvieron que contraer nupcias entre primos hermanos, tíos y sobrinas y tías y sobrinos, dando así origen a su descendencia, Sánchez Sánchez.

Juntos pero no revueltos

María Elisa Sánchez Sánchez es una de las princesas que habita esta realidad de hadas. Es una mujer de contextura gruesa, ojos pequeños, piel morena y siempre sostiene en su mano derecha, como si fuera una rama que sale de sus brazos, un cigarrillo Bostón.

Esta princesa habita un palacio cuyo frente es adornado por el color de los ladrillos y que en vez de guardias, custodian una gallina y seis pollitos que se esconden debajo de sus alas. Pío, pío, pío.

Aunque la historia se haya repetido de generación en generación, la familia Sánchez sigue teniendo problemas para casarse y el caso de María Elisa no fue la excepción. Como era de esperarse, el conocer a Hernán de Jesús Sánchez Sánchez no fue una ocasión que le cayó de sorpresa, ni un amor a primera vista, ni el príncipe que llegó de otro reino para cortejarla.

¿Se imagina usted un árbol genealógico de los Sánchez? Mi madre es la hermana de mi suegra, mi padre es el primo de mi madre, mi esposa es la prima de mis sobrinos, mi padre es el tío de mi suegra y ¿Vos y yo qué venimos siendo?

María Elisa y Hernán son primos, por lo cual, en un afán de sus padres por cambiar la historia, se vieron en aprietos para casarse. Los progenitores de Hernán eran primos hermanos y el padre y la Madre de María Elisa eran tío y sobrina.

La búsqueda de otra pareja, o por lo menos de alguien diferente a la familia, no funcionó. Al final María Elisa y Hernán terminaron siendo marido y mujer, con argolla en mano y bajo juramento de no separarse hasta el día de su muerte.

Para perdonar el pecado y poder recibir la bendición celestial que manda el sagrado sacramento de matrimonio, María Elisa y Hernán, al igual que todos los príncipes y princesas de este “reino”, tuvieron que cumplir con la penitencia encomendada por el sacerdote. Y ¿Cuál era la penitencia? Sencillo. En las tres primeras noches de bodas la luna de miel debía tener un sabor agridulce. Sentados, sin tocarse ni siquiera un pelo, debían rezar tres rosarios por día, así vencerían al demonio y acabarían con el deseo sexual. Cuenta María Elisa que, según el sacerdote, “esto era para que cuando tuviéramos hijos, ninguno de ellos naciera bobo o boba”.

Aunque el incesto consiste en la práctica de relaciones sexuales entre parientes, el caso de los Sánchez no corresponde a un juicio exacto de esta trasgresión. En general puede afirmarse que el incesto se da cuando hay una relación sexual prohibida; tal es el caso de madre e hijo, padre e hija y hermano y hermana.

Una excepción de esta regla se dio en el Imperio Inca, donde se permitía a los miembros de la realeza que se casaran entre si, para poder conservar la descendencia real. Los indígenas americanos y algunas familias reales europeas practican la endogamia, es decir, contraen matrimonio dentro del mismo grupo social y entre personas de la misma casta, como es el caso de El Reposo.

A pesar de las múltiples discusiones científicas, este tipo de uniones son incestuosas para la legislación actual. No obstante, los habitantes del pequeño “reino” han cumplido a cabalidad la primera de las normas, honrar padre y madre.

Una opinión frecuente es que los hijos de este tipo de matrimonios corren el riesgo de nacer con mayor número de genes recesivos con anomalías, lo cual puede representar para el infante un retraso mental y para la familia un posible caso de hemofilia.

Un caso famoso de transmisión de hemofilia sucedió en el siglo XIX entre los grandes reinos europeos: Borbones (Italia), Hannover (Inglaterra), Habsburgo (Austria) y Vasa (Suecia); cuando Alexandra, nieta de la reina Victoria de Inglaterra, transmitió la enfermedad a las casas reales española y rusa.

Sin embargo, entre los Sánchez no hay ningún bobo, boba, hemofílico o hemofílica. La explicación científica es que ninguno de sus ascendentes eran portadores de la enfermedad.

A unos cuantos pasos

El Reposo es un “reino” habitado en su inmensa mayoría por princesas, muchas de ellas viudas. Algunas trabajan en la vereda y otras lo hacen en la ciudad. Con el pasar del tiempo, a pesar de que la mayoría de la población es Sánchez Sánchez, se han ido conformando otro tipo de parejas diferentes a las de la familia.

La aldea real cuenta con 28 casas, una empresa de materas y un tejar donde trabajan la mayoría de sus habitantes. Aunque pertenecen a la Comuna 70 de Medellín, utilizan los recursos educativos, alimenticios y religiosos de la Comuna 15 y del municipio de Itagüí.

A unos cuantos pasos de Medellín, en la mitad del todo y de la nada, queda El Reposo. Un “reino” donde mi esposa es la hija de mi tía, mi padre es el primo de mi madre, mi madre es la hermana de mi suegra, mi esposo es el tío de mis primas y a todas esas ¿Vos y yo qué venimos siendo?

sábado, 26 de enero de 2008

¿Cuándo llegará el día de mi muerte?

A pocos días de que se conmemoren los 73 años del nacimiento de mi abuela, una historia que parece sacada del fondo de un ropero.



No tiene la menor idea del día de su muerte. Si no la mata la asfixia, de pronto será la diabetes, sino la vejez. El lugar en que será enterrada espera a que sea su pueblo natal, San Vicente, Antioquia. Nada sabe de su fallecimiento, excepto la ropa con que espera ser sepultada.

María Berta Gallego vivía en un corregimiento de San Vicente llamado Corrientes, ahora por motivos de salud fue trasladada a Rionegro con el único capricho, por parte de sus hijas, de recibir una mejor atención médica.

32 años antes de los 72 que hoy la acompañan, empezó a sufrir de catalepsia. La catalepsia es una enfermedad nerviosa que se caracteriza por la perdida de movilidad voluntaria de los músculos y que en ocasiones hace que la persona parezca muerta.

La primera vez que la falsa muerte sorprendió a María Berta, la encontró en pijama, sin bañarse, despeinada y lidiando con las gallinas de su casa campesina.

Desde aquel entonces no ha parado de pensar en la vergüenza que sufriría su alma cuando la funeraria llegue a recoger su cuerpo inerte, y lo encuentre desordenado, sucio y con mal olor.

Es una persona creyente, todos los días madruga a misa y quien sabe para quién son sus suplicas y por cuál de todos los mortales serán sus ruegos. Su caminar es lento, al igual que su hablar; pero, esto no le impide rezar sus tres rosarios diarios al igual que las novenas a María Auxiliadora, al Divino Niño y a las Ánimas del Purgatorio, todas ellas compiladas en lo que guarda como un tesoro: el Devocionario Católico.

Le teme a la muerte, a la vez que la espera. De unos años para acá todos sus contemporáneos han venido pereciendo, el último de ellos murió el 24 de diciembre de 2005, fue Isaías Gallego, su hermano mayor. Y cada vez que alguien muere se escuchan salir de su boca unas palabras desalentadoras que dicen: “¡Ay Dios Mío ese es el que va a venir por mi!”.

El segundo domingo de mayo de 1995 a María Berta Gallego sus tres hijas le regalaron un vestido sastre para que luciera en la misa mensual que hacían en Corrientes. Esta eucaristía tenía un sentido muy especial, era el día de la madre.

Como todas las personas cuando estrenan, aunque algunas finjan lo contrario, caminó recta con su traje de paño a cuadros, botones dorados y remates bien cosidos.

Nunca antes había lucido algo así, y el hecho de que dos de sus hijas ahora vivieran en la ciudad le daba el derecho a vestir algo mejor y destellar como cualquiera de las señoras adineradas del corregimiento.

Ese día se tomó unos vinitos, le partieron una torta, almorzó pollo asado, recibió muchos regalos y se acostó a las 10:00 de la noche.

Cuando los gallos de la caza empezaron a cantar, sus hijas empezaron a empacar las maletas, tenían que regresar a Medellín y bastante era el trabajo que les esperaba. A las 8:00 de la mañana pidieron la bendición a su madre y tomaron el carro de escalera que hacia la línea hasta San Vicente.

Después de derramar algunas lagrimas María Berta limpió su traje nuevo, lo alisó con las manos, lo dobló y lo empacó con cuidado en una bolsa negra, con el único propósito de guardarlo limpiecito para que, cuando el día de su muerte llegue sus hijas tengan ropa bonita para velarla cinco días antes de enterrarla, y en los cuales podrán comprobar si esta vez si es “la pelona”, o si es la catalepsia que le está jugando otra mala pasada.

Lo único que a Berta se le olvidó es que para 1995 pesaba unos 60 kilos y que hoy a puertas del ocho de febrero de 2008, fecha en la que cumple 73 años, la báscula en la que se pesa desde hace mucho rato superó los 78 kilos.

Solo sabe que cuando llegue el día de su muerte sus hijas tendrán que arreglárselas para enterrarla con el traje a cuadros, botones dorados y remates bien cosidos que, en una mañana de 1995, fue sacado de una bolsa floreada y colorida.

Mientras tanto reza por el descanso de su alma.

domingo, 6 de enero de 2008

Lo que realmente soy frente a una escena en el mar

Aunque mi nombre contradiga mi posición, no soy una mujer de agua. Le temo a las profundidades y cuando estoy más allá de los límites alcanzables de la tierra puedo entrar en pánico, enloquecer y vivir de frente el ataque irracional de los misterios marinos.

Este blog, aunque nunca lo dije antes, recibe el nombre de ‘Escena en el mar’ en honor a una película de Takeshi Kitano en la que el director, además de dar paso a los relatos marinos mediante una estética admirable y gran profanidad artística, deja en evidencia la aventura, los silencios, los sueños, las esperanzas, el desden y los finales tristes e inesperados.

Eso es el mar, un territorio feliz e inesperado, un lugar inestable, seguro e inseguro, una plataforma para dar paso a la vida y a la muerte. El mar es el misterio de los barcos, los piratas, los bucaneros, las sirenas, los viajes, los aventureros.

Estas son algunas de mis imágenes recolectadas de lo que es una verdadera escena frente al mar.



El mar siempre tiene algo de misterio que produce temor y adicción. La fascinación por la gran masa de agua y sal es infinita y la deuda con las historias navales es constante ¡Oh mar! Lugar que guarda los deseos de viajar, de ver lo que no se puede ver y vivir tantas aventuras como son infinitos los peligros.