domingo, 18 de abril de 2010

Afirmaciones silenciosas o recomendaciones literarias para un mentiroso


“La gran diferencia entre un gato y un mentiroso es que el gato apenas tiene nueve vidas”.
Mark Twain


No puedo decir que no digo mentiras. Todos las decimos; pero, como la humanidad puede con todo, existen unos mentirosos peores que otros. Me gusta la honestidad y trato al máximo de conservarme en ella, aunque a veces sea tan difícil. A mi mamá le he mentido varias veces, ¿quién no le ha mentido a la mamá? Ya sea por amor o desesperación casi que las primeras mentiras siempre terminamos por decírselas a ellas.

Entre los 14 y los 18 años, aproximadamente, le mentí mucho. Pero, como siempre existe la posibilidad de justificarnos y eso nos hace unos mentirosos de primera, me pregunto: ¿qué mujer a esa edad no le miente a sus padres? Fueron días complicados, pero sobrevivimos a la batalla. “Hago lo mejor que puedo”, me dijo un colega.

Aunque miento, si “todo el mundo miente, nadie es totalmente sincero”, les gusta decirme a mis amigos; no me gusta la gente mentirosa, mucho menos cuando dicen mentiras estúpidas, de esas que burlan la inteligencia. Tampoco me gusta que mis amigas me mientan y con los amantes ya me acostumbre, hace parte de la naturaleza del género testicular el asunto ese de mentir.

A los mentirosos les recomiendo leer más a Mark Twain, uno de mis escritores favoritos y con quien, casual, orgullosa y por cosas de la vida me une el paso del cometa Halley. Él escribió magistralmente sobre las mentiras y todas sus formas, acercándose siempre a un pesimismo evidente respecto al género humano. Con humor afirmaba que “hay tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas”.

En la literatura de Twain se construye una imagen de una sociedad en declive, ¿qué diría el pobre hombre de las dos brazas de profundidad sobre los tiempos modernos? En Huckleberry Finn, uno de sus mejores libros, proclama, detrás de la imagen bondadosa del personaje, que todos los hombres son iguales, Huck es el producto de una sociedad cargada de mentiras.

A veces me pregunto, ¿qué tan mentiroso fue Mark Twain? Poco, me respondo y de inmediato pienso que todas las mentiras que dijo las puso en bocas de otros personajes, característica que lo convierte en un creador, muy por encima de un chismoso universal.

Sí, la sociedad está cargada de mentiras. Las mentiras son las razones de los débiles y se petrifican en un entorno que parece olvidarlo todo. Tener buena memoria, hoy día, más que una virtud es como una cadena perpetua. Vivo amarrada a esa cadena y tras sufrir y sufrir de cuenta de las mentiras que tomo prestadas del aire, opté por hacerme la loca, dejar que mientan y escuchar las versiones de los hechos una y otra vez. Me hago la boba y creo que lo hago muy bien, comportamiento que me convierte en una mentirosa más.

Siguiendo con Mark Twain, en otro de sus escritos titulado “Conspiración universal de la mentira de la afirmación silenciosa”, el autor expresa que existen dos formas de mentir. La primera es la que todos conocemos: decimos que lo feo es hermoso, causando un efecto variable en donde al mejor estilo de Maquiavelo “el fin justifica los medios”. La segunda forma son las Afirmaciones silenciosas, peligrosas bailan sobre la cuerda floja de la hipocresía. Esta clase de mentiras trascienden el decir que lo blanco es negro, y se vive como si lo blanco fuera realmente negro. Con las primeras mentiras se engaña a los otros, con las segundas a nosotros mismos, es decir, se somete el cuerpo y la mente a vivir en el engaño.

[...] La conspiración universal de la mentira de la afirmación silenciosa está presente siempre y en todas partes y trabaja siempre en interés de una estupidez o de una falsedad, jamás en interés de algo noble o respetable.

Las mentiras son la base de la sociedad, ¿vale la pena seguir mintiendo? Al parecer sí grita el mundo. Cuenta Twain que Satán solía decir que nuestra raza vivía una vida de autoengaño continuo e ininterrumpido. Se estafaba a sí misma desde la cuna hasta la tumba con imposturas e ilusiones que tomaba por realidades, y esto convertía su vida entera en una impostura.

Tanta repulsión por la mentira llevó a Twain a vivir sus últimos días bajo la condena de las clasificaciones jerárquicas del silencio. Muchas de sus obras no fueron publicadas, tantas posiciones negativas frente a una humanidad que se sigue derramando, no les eran de gracia a los escritores. La literatura de la amargura no era digna de ser leída. Uno de los mejores fragmentos que le conozco fue publicado en 1900 en el Herald de Nueva York y resumía en un “Saludo del siglo XIX al siglo XX” lo que hasta nuestros días ha sido verdad vivida: “la hipocresía es el motor del mundo”.

Te presento a la majestuosa matrona llamada Cristiandad, que viene sucia, manchada y deshonrada por sus razzias piráticas en Kiao-Chou, Manchuria, Africa del Sur y Filipinas; con el alma llena de mezquindad, el bolsillo atiborrado de dinero mal habido y la boca rebosante de piadosas hipocresías. Dale jabón y una toalla, pero escóndele el espejo”.

Para hablar de mentiras siempre se hace necesario hablar de verdades, sería ilógico dentro del sin sentido común, que todo fuera verdad. Por eso, dejo, como recomendación literaria y decadente, otro de los textos de Twain titulado “Sobre la decadencia en el arte de mentir”, en este se analiza la pretensión de la verdad, irónicamente opuesta a la mentira.

Tras escribir tantas palabras tontas, solo queda sugerida en el aire una pregunta: ¿vale la pena decir la vedad? No, responden las paredes. Pero, ellas, también mienten.

domingo, 4 de abril de 2010

Deliciosamente tontos

“Sí, le quiero. Adoro sus camisas de cuello y puños almidonados y la forma en que se abrocha mal el chaleco. Es alto como una jirafa y por eso le quiero, le quiero porque es esa clase de tipo que se emborracha con un vaso de leche. Y me gusta el modo en que se ruboriza hasta las orejas. Le quiero porque no sabe besar, ¡el tonto! Le quiero, Joe, es lo que intento decirte. No le volveré a ver más… pero no me casaré contigo. Aunque ates una tonelada de cemento a mi cuello y me tires al río como lo hiciste con los otros”.

Esta es una cita de Ball of Fire, una película de Howard Hawks que siempre me ha hecho pensar en lo mucho que me gustan los hombres tontos. Son encantadores, ¿verdad? O por lo menos los que fingen serlo con delicadeza, resultan irresistibles.

Pero, ¿qué tan tontos podría soportarlos? Digamos que es una cosa de momentos y que hay unos que jamás olvidaré y otros que quisiera ser tan torpe como para sacarlos de mis mapas mentales en una zancadilla, los famosos “agujeros negros”, por ejemplo.

Aludiendo al sentido general, tonto es un adjetivo que se usa para hablar de alguien torpe, con una conducta poco pertinente y carente de inteligencia. Yo diría que mis tontos son inteligentes, lo han sido todos, o por lo menos eso he creído. Lo que si tienen en común la definición y mi gusto es esa parte donde se cruza la torpeza con la conducta poco pertinente, lo que traduzco en una muestra indiscutible de autenticidad.

Me gustan los hombres que nunca saben dónde están parados, que se tropiezan con cada escala, que dicen olvidarlo todo (o por lo menos esa es su excusa), que repiten historias que siempre escucho una y otra vez, que se desvanecen, que saben llorar, que me regalan cosas que no me gustan, que no ven la gente en la calle, que son capaces de sonrojarse y que siempre están dispuestos a llevarme la contraria.

Eso sí, no les perdono que sean desleales, que no sepan tomar decisiones, que se escuden en el tiempo, que les gusten los tenis blancos, que no sepan cocinar y que siempre quieran pagar la cuenta. Más que tontos, esos son los hombres o por lo menos la mitad de los que veo en la calle. ¿Están los tontos en vía de extinción?

En honor a los tontos escribo esto, como un monumento, igual al que hay en el desierto de Sonora en los Estados Unidos y que es conocido como Tonto National Monument. En honor a esos “genialmente encantadores y estúpidos que provocan recaídas constantes”, como dice Maritza, seguiré buscando a un tonto para soñar. Por supuesto, solo en las noches en que yo quiera dormir.

To man with the lethal name