lunes, 16 de marzo de 2015

Caídas libres. O renacimientos que emocionan

“Es en ese momento cuando se plantea el problema de la elección. Exactamente el problema de la vida. En ese momento sé que me va a hacer falta comenzar a tener confianza en cosas que me son completamente extrañas”. 
Nací, Georges Perec. 

Maria Pace-Wynters, compelling.

Mírame, mírame. Indirectas del silencio. 

¿Qué es un instante? ¿Un momento siniestro? ¿Una lenta caída para imaginar la perfección? ¿Por qué existen los instantes? ¿Por caprichos del tiempo? ¿Para encontrar un corazón palpitante? Sabemos muy bien que, la mayoría de veces, los instantes son caprichos del tiempo y que cumplen con un objetivo inútil, a veces peligroso, de hacernos preguntas sobre la validez y pertinencia de los recuerdos. Su función.

Pero, al fin, tarde o temprano, llega un momento para confrontar lo que llamamos la evidencia de lo imaginado. El instante deja de cumplir su función como tiempo breve, casi imperceptible. Lo puntual tambalea mientras se descarrila el movimiento. Ocurre la mirada. En síntesis la respiración. Respirar para vivir. 

Desde ese momento, todo se convierte en preguntas, preguntas sin respuestas. Interrogantes que destruyen, que buscan pruebas y que le dejan un delicioso sabor a la duda. 

Por otra parte, el interrogante comienza a validar la esencia de existir. Se abandona la interrogación destructiva. En vez de la verdad llega una deliciosa incertidumbre relativa. Ahora, la interrogación es vida, confianza, un optimismo que calma. Un intento por probar la realidad de una nueva identidad. 

Como un falso desaparecido que es, el falso rescate de un espía, el instante prueba la sonoridad metálica de una bala tranquilizadora. ¿Cómo puede tranquilizar una bala?, se preguntarán. 

Con el apellido de una prueba excepcional pero decepcionante: el borrador de huellas, el descuartizador de recuerdos, un maquillador de memorias, el asesinato de lo que no pudo ser. La esperanza alternativa de una nueva trampa. Una falta de lucidez que renace y que pone a prueba la inteligencia. 

Con una perseverancia carente de método el sentimiento vuelve a instalarse. Ahora, el instante no es más que un recuerdo que llega con el tiempo, con el espacio, con la muerte, con el círculo vicioso del amor. Al fin de cuentas ha encontrado un límite deseado. 

El amor, esa ilusión que tarde o temprano volverá a desvanecerse, es la prueba de esa búsqueda a veces infructuosa del instante. La consolidación de la mirada. El destino final de la inquietud. 

En forma de filigrana, se alimenta de las dudas: un juego con unas reglas sencillas. Un salto en el que la partida, al igual que la llegada, resultan desesperadamente complicadas. 

El instante, por fin, ha comenzado a liberarse. 

martes, 3 de marzo de 2015

Prevención que se desploma. Epistolares para desconocidos

“Haz brotar sangre al menos de mi herida, que estoy cansada de morir apenas”. Silvina Ocampo - Al rencor

Kemukujara

Hay momentos que no solo piden a gritos eso que llamamos interpretaciones lógicas, sino que también intentan inconscientemente dirigirlas en un camino que a veces es recuerdo y en otras ocasiones sentimiento. 

Nacidas del capricho las casualidades son un fenómeno comparable con una pieza de música que en un mismo escenario exige una perfecta combinación entre sonidos y silencios. Sin contar con el acto sensible, sobrenatural e inexplicable de enamorar al otro. 

En algunas otras ocasiones las casualidades también se parecen a los cuentos y a las novelas. A veces son buenas y a veces son malas; pero, en todo caso, son impredecibles. Se escriben húmedas o mojadas. Resultan memorables o dignas de un matrimonio con el olvido. 

El metrónomo de la razón no brinda entonces un intervalo lógico que permita explicar cómo y para qué suceden las cosas. Al final, en cuerpo ajeno o en habitaciones propias y compartidas, ocurre el azar. 

Por así decirlo, las casualidades se parecen a un proceso de creación artística. Y también tienen alguna semejanza con el fluir de las palabras. 

Mientras se está quieto, inmóvil y callado, aparecen unos dedos transparentes que  queman y que con voces enfermas retan cualquier asomo de inteligencia para explicar que la emoción es el resultado de una realidad completamente incierta. 

Infinitas casualidades han cambiado al mundo. Hallazgos, encuentros y desencuentros han logrado torcer el rumbo de las cosas. 

Miles de ellos pueden encontrarse en las páginas web que, por capricho y rating, retan la curiosidad de los incautos para consolarlos y contarles que ese palpitar del corazón que el absurdo destino depositó en ellos, fue un alma entregada sin previo aviso en otro espacio tiempo. A veces del pasado, en otras ocasiones paralelo y en algunas premoniciones  a futuro. 

En el mundo todo se mezcla. En el mundo todo se pega de todo y, mientras escribo estas palabras que escasean de control, imagino la vigilante casualidad de un encuentro cercano. 

Él, con ese duelo de un amor vivo. Ella, con ese pánico siempre adentro. Se ven, se toman, se ignoran y se olvidan. Días después se encuentran entre un vestido morado lleno de minutos. Juegan a entregarlo todo menos las respuestas acertadas. Se miran. Se sustraen. No esperan ni una sola palabra ni un solo día ni una vida demasiado sustraída. 

Por casualidad ahora bailan en esa misma impotencia eterna. Bajo la misma debilidad. Sumergidos en el mismo sueño que amontona agua sobre agua. 

Un día caprichoso de un año no bisiesto la casualidad se torea de frente para decir, con la fuerza de los perros, que el anhelo se ha convertido en una manera de estar en un mundo que hace el mundo más ligero. 

Por un falso amor, por una palabra o por un semblante, dos notas temblorosas improvisan, ahora mismo, una música radiante que caerá en el olvido. 

Mientras llega el abismo, pienso, esta vez en nombre propio, que entre los cortos minutos que han pasado desde el corte final, he tenido la mejor casualidad. Por no decir, con una voz desnuda, que la menos lógica en una eternidad no engañosa. Vos.