miércoles, 23 de enero de 2019

Microhistoria: "La abolita"

La Polonesa, Parque de Bolívar, Medellín

Si existe un verbo que al pronunciarse dibuja la imagen de mi abuela, ese verbo es: "tertuliar". En su conjugación se delinean tardes enteras de conversaciones, risas e incluso revelaciones. En su ejercicio pasan el tiempo y el espacio. Pasan el reloj, las salas de las amigas, los cafés, los billares, los juegos de cartas y los de parqués. Para mi abuela pasaban los rosarios, las novenas y la comida, esa forma de cariño tan presente en las mujeres campesinas. Esa que aprendí.

También pasaron los tubos de comida y las palabras que tuvo que tragarse en el hospital por no poder hablarnos antes de morir. Sus ojos, antes de que se cerraran en un adiós, siempre mostraron el deseo de alguien que quería decirnos algo, alguien que se negaba a silenciar su tertulia. 

En cada mesa de viejos siempre está ella, "la abolita" como solía decirle a ese pedacito de mujer que medía 1.40 y que siempre fue gordita como su corazón. Ella, que decían que no me quería por ser una hija "fuera del matrimonio", lloraba cada que yo me iba de viaje porque pensaba que nunca iba a volver. Un día me preguntó que si España era más lejos que Cartagena y tras la respuesta no paró de llorar hasta que regresé. 

Estas mesas, estas tertulias y estas conversaciones de Centro que jamás pienso abandonar, siempre me recordarán en la forma invisible de un suspiro las razones por las que me gusta tanto hablar. 

#Microhistorias #Medellín, 23 de enero de 2019.

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