Rafael Videla, 1985 en Argentina. Respuesta a los familiares de las víctimas del Gobierno Militar.
domingo, 10 de octubre de 2010
Medellín, desaparecida
Rafael Videla, 1985 en Argentina. Respuesta a los familiares de las víctimas del Gobierno Militar.
domingo, 22 de agosto de 2010
En la ciudad de la amnesia
"No hago nada y no me importa", decían en Rodrigo D.
domingo, 25 de julio de 2010
Ventilador

A Ronal
martes, 22 de junio de 2010
Busco recuerdos en un libro de Carlos Monsiváis

Con los sonidos de Chavela Vargas
“Mis ojos mueren de llorar y el alma muere de esperar”
Un día antes de que algunos colombianos nos lamentáramos por lo que parecía una bienvenida, en México lloraban la ausencia de un cronista. Ellos perdieron a un hombre de letras y a Colombia le quedó el recuerdo de una vaga curiosidad que se conforma con tan solo conocer lo que ha de olvidar.
Entre unas Elecciones Presidenciales que ya estaban cantadas y un Mundial de Fútbol más democrático que “el país del sagrado corazón”, murió Carlos Monsiváis, un sábado 19 de junio. En México el escritor falleció entre manuales escolares para prevenir el narcotráfico y en Colombia partió encandecido por la única fiebre que no apoyaba a Santos, pero que si opacó su despedida: el fenómeno Saramago.
A México se le fue “El Cronista” y a nosotros se nos fue la dignidad. Pero ambos países, en ese fin de semana pasado por la lluvia, perdimos.
Con la imagen de Santos se llenaron las portadas de los periódicos, al igual que con el rostro de Saramago y los recuerdos de un Nobel que también se despidió del mundo, un día antes (18 de junio), dejando un país que tal vez fue ajeno para él, donde eso que llamó “El ensayo sobre la ceguera”, es filosofía de vida. La foto de Monsiváis, en cambio, no apareció y solo algunos comentarios de Twitter le hicieron justicia a este poeta, escritor, ensayista y periodista que quedó inmortal en la red con el tag #monsivais
No obstante, lo poco que se habló de la muerte de Monsiváis en Colombia, tampoco supera lo que se habló de su vida, letras que fueron igualmente pobres. Pero, qué puede esperarse de un país que desconoce lo propio, que olvida la historia y que incluso parece que se negara a ser latinoamericano, qué puede esperarse del país leyenda que ahora delira con los sueños de una independencia que dice haber logrado hace 200 años.
A Monsiváis lo conocí personalmente en 2009, justo un año antes de perder la libertad política que ahora siento que se va como un fantasma de la aventura, con la menor provocación de apasionarse violentamente y con el único consuelo de mirar para arriba y seguir viendo un cielo profundamente azul.
Lo conocí entre una hierba mate y un libro de Leila Guerriero en la Universidad Eafit. Le ví ironizar, lo escuché seguir su discurso, hablar de México, de América Latina, de cine, de banqueros, de escenas de pudor, de ciudades y de rituales del caos. Tan firme, tan viejo, tan digno y tan inmortal.
Se lo llevó una fibrosis pulmonar que le venía exprimiendo las dos bombas de aire desde abril. Me encabrona esa idea de no poder respirar. A Medellín, si mi conocimiento no me engaña (probablemente sí), vino dos veces: la primera en épocas del narcotráfico que dicen que ya se fue y la segunda en 2009, tras pegarse una escapadita de ese mundo que en una entrevista que le hizo Diego Agudelo en el Hay Frestival que se realizó en Cartagena de Indias, llamó arresto domiciliario: “Y ni siquiera en mi casa, es en mi recamara”. Tantos recuerdos, tantas semejanzas, tanto dolor, tantos pensamientos de izquierda a derecha.
Monsiváis se merece mucho más que esto. Más que las palabras necias de un prospecto de periodista caprichosa. Se merece aparecer en todos los medios, que se le haga justicia, que se le vuelva a escuchar, que desborde las estadísticas de Twitter. Se merece, sobre todo, que se le descubra, que se le siga leyendo, más aun en tiempos que son difíciles para México. Como lo expresó la escritora Elena Poniatowska: “Nos hará una falta horrible en un momento donde no sabemos hacia dónde camina el país”. Palabras que también se aplican al país de las leyendas, que se ha condenado a un largo recorrido que comienza en dos piernas y que tarde que temprano terminará, por cuenta de una mina antipersona, caminando en las muletas de la seguridad democrática.
Se fue Carlos Monsiváis, llegó Santos a Colombia, todo en un fin de semana pasado por la lluvia. Nuevamente, ambos países perdimos, unos por el destino, otros por la estupidez.
Aunque no me gusta que me digan lo que debo escribir, por la memoria de un buen escritor, muevo mi pluma de gallina caprichosa.
miércoles, 26 de mayo de 2010
Sabina: desde una silla roja y fría

Ganas de
Como una mofa me dijeron a las 4 de la tarde: “Te dedico la tercera canción que suene y luego me cuentas cuál fue”. Soñaba con que fuera Una canción para Magdalena, pero no… Sabina dejó a las putas para el momento justo y perfecto: la mitad de la noche. El maldito mujeriego se quedó con Ganas de… “La tercera es la vencida”, dice mi abuelita.
Siempre voy a los conciertos pensando como periodista. “Voy a acordarme de cada detalle para luego poder contar”, pero entre las canciones, el sudor de las manos y los pensamientos incompletos, todo se me olvida, en el peor de los casos (y ha sucedido) hasta las canciones.
La noche Sabinuda en Medellín (primera vez que veo a Sabina en el escenario) no fue la excepción. Me acordé de algunos desamores que ya no valen la pena, de los malos amigos, de los pueblos con y sin mar. También construí una que otra ilusión, pero minutos después de terminarse el concierto, se desmoronaron. “Lo peor que le puede pasar a un cantautor es sentirse feliz con su novia”, dijo el Joaco en el concierto. En algunos momentos lo peor que le puede pasar a una persona, aunque no cante, ni componga y solamente sepa de la guerra, es enamorarse (esto último puede que no lo sostenga en unas cuantas horas).
Canté tan duro que se escuchó en Alemania, como se lo prometí a Ana. Entre las diez y las once quise llamar a un país austral, cantar una canción al oído y dejar abierto el balcón de unos ojos de gata. Mi celular no tiene servicio de llamadas internacionales, “menos mal”, me dijo Jenny. No se escuchó Agua Pasada pero pasaron, y por eso es bonito el pasado, 19 días y 500 noches.
Un computador, un cable… “maldito Twitter”, gritó Sabina. Pero… no era para trinar, era para escribir, del concierto, de cada parte de mi cuerpo que se ponía de pie. De los viejitos del lado, de los que se vinieron desde atrás y taparon unas cuantas canciones (por cosas como esa es que odio a las chiquigrupis), de Manuela en la mitad de la fila moviendo la cabeza como una loca y de Duarte bailando con su estilo particular, de Jacobo agitando sus crespitos dos filas atrás, tan rojo como una manzana.
Juré falsos testimonios en silencio, prometí, pronostiqué, pensé en la desgracia. Me enamoré, pero dejé firmado un documento “Y sin embargo un rato cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera”.
Afuera del Metropolitano la lluvia se despidió de los malos amigos y desde una silla roja y fría llovía sobre mojado “Bla bla bla… sueños equivocados”.
Volvía a Praga, rompí una canción, dí razones. Le canté a las embusteras, rimé cicatrices con epidemias y me enamoré de la mujer andaluza con las que cantaba Sabina. Tomé muchas fotos, soñé… desde una silla roja y fría.
Y casi al final, antes de que vendieran pastillas para no soñar, justo cuando había decidió vivir cien años, el corazón se me volvió a poner rojo, contigo o sin ti. “Yo no quiero calor de invernadero; yo no quiero besar tu cicatriz”.
miércoles, 5 de mayo de 2010
Cucarachas en las tripas

domingo, 18 de abril de 2010
Afirmaciones silenciosas o recomendaciones literarias para un mentiroso

“La gran diferencia entre un gato y un mentiroso es que el gato apenas tiene nueve vidas”.
Mark Twain
No puedo decir que no digo mentiras. Todos las decimos; pero, como la humanidad puede con todo, existen unos mentirosos peores que otros. Me gusta la honestidad y trato al máximo de conservarme en ella, aunque a veces sea tan difícil. A mi mamá le he mentido varias veces, ¿quién no le ha mentido a la mamá? Ya sea por amor o desesperación casi que las primeras mentiras siempre terminamos por decírselas a ellas.
Entre los 14 y los 18 años, aproximadamente, le mentí mucho. Pero, como siempre existe la posibilidad de justificarnos y eso nos hace unos mentirosos de primera, me pregunto: ¿qué mujer a esa edad no le miente a sus padres? Fueron días complicados, pero sobrevivimos a la batalla. “Hago lo mejor que puedo”, me dijo un colega.
Aunque miento, si “todo el mundo miente, nadie es totalmente sincero”, les gusta decirme a mis amigos; no me gusta la gente mentirosa, mucho menos cuando dicen mentiras estúpidas, de esas que burlan la inteligencia. Tampoco me gusta que mis amigas me mientan y con los amantes ya me acostumbre, hace parte de la naturaleza del género testicular el asunto ese de mentir.
A los mentirosos les recomiendo leer más a Mark Twain, uno de mis escritores favoritos y con quien, casual, orgullosa y por cosas de la vida me une el paso del cometa Halley. Él escribió magistralmente sobre las mentiras y todas sus formas, acercándose siempre a un pesimismo evidente respecto al género humano. Con humor afirmaba que “hay tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas”.
En la literatura de Twain se construye una imagen de una sociedad en declive, ¿qué diría el pobre hombre de las dos brazas de profundidad sobre los tiempos modernos? En Huckleberry Finn, uno de sus mejores libros, proclama, detrás de la imagen bondadosa del personaje, que todos los hombres son iguales, Huck es el producto de una sociedad cargada de mentiras.
A veces me pregunto, ¿qué tan mentiroso fue Mark Twain? Poco, me respondo y de inmediato pienso que todas las mentiras que dijo las puso en bocas de otros personajes, característica que lo convierte en un creador, muy por encima de un chismoso universal.
Sí, la sociedad está cargada de mentiras. Las mentiras son las razones de los débiles y se petrifican en un entorno que parece olvidarlo todo. Tener buena memoria, hoy día, más que una virtud es como una cadena perpetua. Vivo amarrada a esa cadena y tras sufrir y sufrir de cuenta de las mentiras que tomo prestadas del aire, opté por hacerme la loca, dejar que mientan y escuchar las versiones de los hechos una y otra vez. Me hago la boba y creo que lo hago muy bien, comportamiento que me convierte en una mentirosa más.
Siguiendo con Mark Twain, en otro de sus escritos titulado “Conspiración universal de la mentira de la afirmación silenciosa”, el autor expresa que existen dos formas de mentir. La primera es la que todos conocemos: decimos que lo feo es hermoso, causando un efecto variable en donde al mejor estilo de Maquiavelo “el fin justifica los medios”. La segunda forma son las Afirmaciones silenciosas, peligrosas bailan sobre la cuerda floja de la hipocresía. Esta clase de mentiras trascienden el decir que lo blanco es negro, y se vive como si lo blanco fuera realmente negro. Con las primeras mentiras se engaña a los otros, con las segundas a nosotros mismos, es decir, se somete el cuerpo y la mente a vivir en el engaño.
[...] La conspiración universal de la mentira de la afirmación silenciosa está presente siempre y en todas partes y trabaja siempre en interés de una estupidez o de una falsedad, jamás en interés de algo noble o respetable.
Las mentiras son la base de la sociedad, ¿vale la pena seguir mintiendo? Al parecer sí grita el mundo. Cuenta Twain que Satán solía decir que nuestra raza vivía una vida de autoengaño continuo e ininterrumpido. Se estafaba a sí misma desde la cuna hasta la tumba con imposturas e ilusiones que tomaba por realidades, y esto convertía su vida entera en una impostura.
Tanta repulsión por la mentira llevó a Twain a vivir sus últimos días bajo la condena de las clasificaciones jerárquicas del silencio. Muchas de sus obras no fueron publicadas, tantas posiciones negativas frente a una humanidad que se sigue derramando, no les eran de gracia a los escritores. La literatura de la amargura no era digna de ser leída. Uno de los mejores fragmentos que le conozco fue publicado en 1900 en el Herald de Nueva York y resumía en un “Saludo del siglo XIX al siglo XX” lo que hasta nuestros días ha sido verdad vivida: “la hipocresía es el motor del mundo”.
“Te presento a la majestuosa matrona llamada Cristiandad, que viene sucia, manchada y deshonrada por sus razzias piráticas en Kiao-Chou, Manchuria, Africa del Sur y Filipinas; con el alma llena de mezquindad, el bolsillo atiborrado de dinero mal habido y la boca rebosante de piadosas hipocresías. Dale jabón y una toalla, pero escóndele el espejo”.
Para hablar de mentiras siempre se hace necesario hablar de verdades, sería ilógico dentro del sin sentido común, que todo fuera verdad. Por eso, dejo, como recomendación literaria y decadente, otro de los textos de Twain titulado “Sobre la decadencia en el arte de mentir”, en este se analiza la pretensión de la verdad, irónicamente opuesta a la mentira.
Tras escribir tantas palabras tontas, solo queda sugerida en el aire una pregunta: ¿vale la pena decir la vedad? No, responden las paredes. Pero, ellas, también mienten.
domingo, 4 de abril de 2010
Deliciosamente tontos

“Sí, le quiero. Adoro sus camisas de cuello y puños almidonados y la forma en que se abrocha mal el chaleco. Es alto como una jirafa y por eso le quiero, le quiero porque es esa clase de tipo que se emborracha con un vaso de leche. Y me gusta el modo en que se ruboriza hasta las orejas. Le quiero porque no sabe besar, ¡el tonto! Le quiero, Joe, es lo que intento decirte. No le volveré a ver más… pero no me casaré contigo. Aunque ates una tonelada de cemento a mi cuello y me tires al río como lo hiciste con los otros”.
Esta es una cita de Ball of Fire, una película de Howard Hawks que siempre me ha hecho pensar en lo mucho que me gustan los hombres tontos. Son encantadores, ¿verdad? O por lo menos los que fingen serlo con delicadeza, resultan irresistibles.
Pero, ¿qué tan tontos podría soportarlos? Digamos que es una cosa de momentos y que hay unos que jamás olvidaré y otros que quisiera ser tan torpe como para sacarlos de mis mapas mentales en una zancadilla, los famosos “agujeros negros”, por ejemplo.
Aludiendo al sentido general, tonto es un adjetivo que se usa para hablar de alguien torpe, con una conducta poco pertinente y carente de inteligencia. Yo diría que mis tontos son inteligentes, lo han sido todos, o por lo menos eso he creído. Lo que si tienen en común la definición y mi gusto es esa parte donde se cruza la torpeza con la conducta poco pertinente, lo que traduzco en una muestra indiscutible de autenticidad.
Me gustan los hombres que nunca saben dónde están parados, que se tropiezan con cada escala, que dicen olvidarlo todo (o por lo menos esa es su excusa), que repiten historias que siempre escucho una y otra vez, que se desvanecen, que saben llorar, que me regalan cosas que no me gustan, que no ven la gente en la calle, que son capaces de sonrojarse y que siempre están dispuestos a llevarme la contraria.
Eso sí, no les perdono que sean desleales, que no sepan tomar decisiones, que se escuden en el tiempo, que les gusten los tenis blancos, que no sepan cocinar y que siempre quieran pagar la cuenta. Más que tontos, esos son los hombres o por lo menos la mitad de los que veo en la calle. ¿Están los tontos en vía de extinción?
En honor a los tontos escribo esto, como un monumento, igual al que hay en el desierto de Sonora en los Estados Unidos y que es conocido como Tonto National Monument. En honor a esos “genialmente encantadores y estúpidos que provocan recaídas constantes”, como dice Maritza, seguiré buscando a un tonto para soñar. Por supuesto, solo en las noches en que yo quiera dormir.
To man with the lethal name
domingo, 7 de marzo de 2010
Hoy vas a ser la mujer que te dé la gana de ser

(Betty Rollin)
Hay una canción de Bebe, cantante española que además de ser feminista es una súper recomendación para el mal de amores, que me gusta escuchar cuando estoy triste. Se llama Ella y habla de mujeres, de esas sobre las cuales Oscar Wilde construyó parte de su humor, de esas como las que siempre quiso ser. Perfectamente emocionales, “putas asesinas” (como dijo Bolaño), mentirosas, manipuladoras, tristes, de sabores, leales, necesarias. Inspiradoras.
8 de marzo, un día que más que flores representa una fecha de logros. Menos flores, más derechos ha sido la consigna durante años, en algunos casos parece no cumplirse, en otros se asoman cocuyos de posibilidades. El caso concreto es que no creo que Colombia (en general el subdesarrollo) sea ese país donde todas las mujeres son libres, como muchas suelen pensar y que mejor ocasión que esta fecha para hablar de este aspecto.
Ver mujeres sufriendo (aunque yo sea culpable o víctima de sus actos) me inunda de tristeza el corazón. Me declaro feminista, no de esas radicales que no conciben la imagen masculina, pues me gustan mucho los hombres y me gustan muchos. Pero he defendido que el feminismo es una necesidad, como dicen Cheris Kramarae y Paula Treichler “es la noción radical para que las mujeres sean personas”.
Muchas veces he pasado por lesbiana solo por admitir públicamente que, para mí, la mujer es un ser perfectamente creado. Y no lo digo por las figuras esculturales, ni las caderas prolongadas. Si se destapa un poco más, estoy segura que hasta los hombres admitirían esto sin ningún morbo y hasta podríamos creer que sus palabras son sinceras. No me importa y una vez más, pasaré por lesbiana. Me gusta mirar las mujeres, abrazar a mis amigas, quererlas. Tener a mi madre a mi lado cuando estoy triste en un rincón de la cama.
No obstante, como dentro de la perfección siempre existe la posibilidad del caos, hay algo dentro de todo este panorama que me abruma. Las mujeres somos un género muy poco solidario y, en algunas ocasiones, cometemos actos entre nosotras mismas, que contribuyen a ponerle granitos de arena al sepulcro que construimos. Hay muchos actos que me parecen detestables, si los mencionara necesitaría de una gran porción del ciberespacio (suelo ser muy inconforme), pero, como mandato nombro un mandamiento feminista: solidaridad y comprensión, de no hacerlo entre nosotras, no se hará.
El tener una visión “feminista perlista” me ha traído algunas discusiones. En mi menos de cuarto de siglo de vida he tenido la oportunidad de compartir experiencias con mujeres inteligentes y exitosas, la mayoría de ellas coincide al afirmar que el feminismo no es necesario, muchas de mis amigas lo hacen y critican cada política de equidad de género que se pone sobre la mesa nacional en un mundo donde apenas las mujeres se están asomando al balcón de la democracia.
Pero, también he podido sentarme con liderazas comunitarias, con mujeres de barrios, con campesinas y desplazadas, con madres del conflicto, con personas de corazón grande (no como el de Uribe). Irónicamente, en muchos de estos lugares, donde el panorama de inclusión no es el mismo, donde existe una marca, los espacios de los recuerdos tristes y de la esperanza, la solidaridad femenina se vive, se siente, se construye y se trabaja. Lamento decirlo, pero he conocido mujeres con postgrados que no alcanzan ni la décima parte de libertad con que cuentan algunas heroínas comunitarias, de esas que son capaces de entregarlo todo, de esas de las que se reciben abrazos sinceros. Luz Dary Román, de Altavista, es solo uno de los nombres que se me ocurre.
Es el feminismo necesario. ¿Por qué? Se me ocurren algunas razones. Para que exista la equidad ésta debe de ser impuesta en los Objetivos del Milenio de la ONU ¿No debería ser esto un proceso natural? Hace solo un par de días la Organización Internacional del Trabajo (OIT) admitió que las mujeres nos veremos más afectadas en el campo laboral por las secuelas de la crisis económica. ¿Las razones? Brecha laboral entre hombres y mujeres (lo dice la OIT) y el hecho de que las labores femeninas sigan estando ligadas al acto del servicio y entre la construcción y el arreglar la casa, el mundo se queda con la mano de obra del constructor. Solo por mencionar dos casos y no hablar más de la violencia intrafamiliar, de las violaciones, del acceso a educación e incluso, hace poco abrieron un concurso internacional de periodismo para reportajes que hablarán de mujeres, puesto que este género, también brilla por su ausencia dentro de la información internacional.
Nadie nos quita lo bailado y hemos hecho mucho hasta el momento. Tenemos nombres importantes en muchas categorías. Somos más libres y como ya lo dije alguna vez, hasta podemos elegir los hombres que queremos llevarnos a la cama, pero es necesario seguir, seguir construyendo un mundo donde exista la verdadera equidad. Y si usted, amiga mía que mira estas palabras con desdén, considera lo contrario, pues también la invito a que construya por las otras. Dele una recompensa a las oportunidades que ha tenido y quítese la venda de la mente, no porque usted pudo estudiar, todas las realidades son iguales. Ojalá.
Por los derechos, por el orgullo que sentimos, porque nos sentimos libres y porque ante todo somos eso, mujeres.
A Jenny Giraldo, Paca Maruja, Juliana Duque, Koleia, Carolina Arango, Diana Duque, Ana Marín, Anita Bedoya, Angie Palacio, Natalia Gil, Maleja, Maritza, Catalina Trujillo, Kata Vásquez, Lina Martínez, Luisa Delgado y Vera Agudelo. Para que sigan siendo libres como las olas imaginarias que construimos con el viento.
domingo, 14 de febrero de 2010
Entre copas… Me entrego al vino

Todos los días una copita, para evitar el alzheimer, por si acaso, dos y… ¿si el vino se pica? Pues tocó tomarse toda la botella. Si es Malbec mejor. El final de la historia no se ha terminado de escribir, pero hay evidencias. Unas 20 botellas estuvieron, hasta hoy, en el patio trasero de mi casa. Se las llevaron, reciclaje y con ellas se fueron algunos recuerdos, pero queda el compromiso de adquirir unos nuevos en formas verdes, cristalinas, de terminaciones cóncavas y etiquetas sacadas de los sueños. Nuevos dolores de cabeza.
Siempre me gustó el vino, pero reconozco que no siempre supe cuál copa era mejor que otra. Solo le hacía caso a mi paladar. Nunca me gustaron los vinos de caja, ahora menos, pero, de vez en cuando, para no pasar por la gallinita que soy, le recibí a uno que otro desconocido vino de caja absorbido con pitillo. “Esas cosas pasan”, me dijo hace dos meses una niña de 17 años. Sí, esas cosas pasan.
Un día fui con un amigo que regresaba de Estados Unidos a tomarme un café. El café terminó en unas botellitas de vino, pleno lunes, buen inicio de semana. El caso fue que, luego de ver a este hombre, que algún día fue mi amor, elegir con plena seguridad un muy buen vino, sentí una enorme envidia.
Desde aquel entonces comencé a comprar vinos en los supermercados. Me dejaba guiar por el gusto, por la forma de la botella, por el color de las letras, por un nombre endemoniado. Eso fue despertando el gusto, un gusto de cada ocho días. Un gusto cálido que me arrastró hasta un club del vino. Aprendí, he aprendido y sigo aprendiendo, tengo mucho que aprender. Pero, ahora sé cuál vino tomar de la estantería. Me falta descubrir en qué botella debo llevarme el hombre a la cama.
¿Qué puedo decir del vino? Que suele hacerme daño para los riñones, pero de algo nos tenemos que morir. Que es el compañero perfecto para la soledad. Que sabe mejor con una buena compañía. Que es bueno para calmar el dolor. Que es la receta, el remedio y de mi amor, la enfermedad.
De los vinos y los amores puedo decir que son la combinación perfecta. Hubo un hombre al que conquisté con vinos calientes, receta de abuelita. Él me conquistó con literatura y películas sobre vinos. Él se despidió de mí dándole de beber vino de mi copa a otra persona. Me dejó las imágenes de una película, Entre copas, muy recomendada, un saca corchos, un decanter, un separador de páginas de libro que también hablaba sobre el vino, recuerdos de Cabernet, Syrah, Merlot y Carménère. El vino puede sacar cosas que el hombre se calla. “Esas cosas pasan”, me dijo hace dos meses una niña de 17 años. Sí, esas cosas pasan.
Palabra confusas. Van ya unas cuantas copas. Por eso lo digo, fin de semana pasado por el vino. El elixir de los dioses… también de los borrachos. No es solo de la clase alta. No todo el que toma vino es “pupi”, no a todas las que nos gusta el vino somos gallinas y no a todos los hombres a los que les gusta el vino son maricas. De eso puedo dar fe. Y si son maricas, pues que importa, sigue siendo bueno.
Tengo muchos recuerdos del vino, no creo que si alguien se pone a leer esto le interesen demasiado, pero, por si acaso, escríbame un correo y nos tomamos una botellita, que sea un pretexto para que la razón se marche.
lunes, 1 de febrero de 2010
En Colombia: no coma cuento, coma carne y fume más marihuana
Raúl Gómez Jattin

De camino a la calle donde tomo el bus para llegar hasta mi trabajo, canté varias partes de letras que ni siquiera recordaba, todo parecía ponerse de acuerdo con el pasado. En la ruta, parada y entre varias señoras, cada una tenía un aroma diferente, pensé miles de cosas, tuve una especie de autismo casi tan inmenso como los trancones de la Avenida Oriental.
Eufórica arribé a mi oficina. Como suele ser costumbre, encendí el computador y mientras este se conectaba con el servidor, tuve un diálogo con Sarita, una de mis mejores amigas. Creo que varias veces la he mencionado en este blog y aunque solemos pensar de forma diferente, ella es una mujer inspiradora. La conversación se centró en la guerra colombiana y en la droga como patrocinio de esta situación.
No tiendo a creer que sean los mal llamados drogadictos (si les dijéramos adictos a soñar no sonaría tan feo) los únicos culpables de la guerra. Existe algo de responsabilidad, pero también está el Gobierno, la discriminación, las ausencias y tantos defectos más de este lastre humillante que nos tocó vivir y que parece que solo a unos pocos nos afectara.
Bueno, total que eso no importa, ya estoy convencida de que no puedo salvar el mundo y que poca trascendencia tiene si muevo un dedo o dejo de moverlo. Todo sigue igual. Como dice la coordinadora de mi equipo de trabajo: “nadie es indispensable”. Pero como los blogs se hacen para satisfacer el ego, auto publicarse y dejar sentada una posición, por eso estas líneas (tendría que ser Héctor Abad para poder publicar mi propia columna enmarihuanada en un medio grande de comunicación).
Ya me perdí. El caso fue que luego de pensar en la droga como patrocinio de guerra, tuve otro autismo y recordé que siempre he querido ser vegetariana. Justo cuando lo estoy logrando aparece algo: una anemia, un problema con las defensas, una carencia de vitaminas. Lo último fue un tumor que había que tratar con una droga tan fuerte que no había que ser muy erudito para saber que si no comía proteínas me llevaba el demonio.

Volviendo a Sarita, mientras conversábamos le dije: “Patrocina la guerra colombiana tanto los que comen carne como los adictos a soñar”. Se enojó conmigo. Luego le expliqué lo que yo defendía como mi por qué: “Los adictos a soñar contribuyen económicamente al negocio de las Farc, mientras que los adictos a la carne le dejan todas las moneditas a los paramilitares”. Al final de cuenta, todos terminamos siendo lo mismo. Solamente, que por comer carne ni lo meten a uno a la cárcel, ni lo tratan como adicto.
Quizá esté generalizando, como tanto suelo hacerlo, pero luego de conocer algunos territorios ganaderos, donde las vidas humanas se deshuesan como las de una res, puedo afirmar que no estoy tan lejos de la realidad. Incluso, uno de los argumentos que expone la Revolución de la cuchara, para dejar de comer carne es: “Algunas personas que se oponen a los grupos armados de países latinoamericanos están patrocinando sin saberlo dichos grupos. Ya que ellos se financian de cosas abominables como el secuestro, la extorsión, el narcotráfico y la ga-na-de-ría”. Sobra decir que estas palabras pueden traerme problemas.
Antes de cerrar la conversación Sarita me dijo: “Entonces volvámonos todos vegetarianos” y yo le respondí: “O mejor, todos empecemos a fumar marihuana”. Eso sí, no voten más por Uribe.
Lectura recomendada para entender un poco el negocio de la carne: El rey de la carne de la grandiosa Leila Guerriero.