lunes, 30 de julio de 2007

Ladrón que roba a ladrón


Por: Perla Cecilia Toro Castaño


Que Dios siempre nos va a ayudar, que cada bebe viene con el pan debajo del brazo, que la pasta y el aceite de oliva siempre van a estar ahí. La guerra ha pasado, Roma se encuentra en plena reconstrucción y los desconocidos de siempre siguen siendo pobres, con lo único que cuentan es con un plato de pastas y de arbejas.

Podría decirse que el termino “desconocido” dentro del film de Mario Monicelli, Los desconocidos de siempre (I soliti Ignoti, 1958), constituye la presencia de un tratado filosófico, ético y moral en el que se refleja cuál es la mejor forma de vida y el cómo vivirla. En el que se demuestra que a este mundo, carente de felicidad, sólo le falta reír un poco y que la falta de humor está creando esos desconocidos de siempre, los de este lado de la pantalla, monstruos.

Los otros desconocidos, los de Monicelli, los del otro lado de la pantalla, establecen su moral alrededor de las personas y de las situaciones de la vida cotidiana, del fracaso y de la felicidad. De las mismas situaciones que le dan toda su gracia al neorrealismo italiano, quienes empobrecidos, con solo pasta y aceite de oliva en sus mesas, deciden hacer sus películas en la calle, salir de los estudios de las grandes producciones, poner la cámara en el camino y filmar esas historias simples y humanas en compañía de buenos actores y extras sacados de la realidad.

Esas simples historias. Historias simples de desconocidos de poca monta que planean sus robos de cajas fuertes y que estos, por algún motivo, no se culminan y que lo único que queda del gran golpe es un plato de pasta y de arbeja, una buena cena.

Más allá de un grupo de ladrones, desconocidos de siempre, que se embarcan en un robo de golpe, que se entregan a cárceles por dinero, que creen que se salvaran de sus miserias, Vittorio Gassman, Renato Salvatori, Marcelo Mastroianni y Armando Destéfano, lo que hacen es presentar una calidez y una inolvidable ternura a través de sus torpes personajes.

Por el tema de la película, Los desconocidos de siempre podría ser una producción amarga, negra y pesimista. Sin embargo, termina siendo amable, divertida y emocionante sin olvidarse de la pizca de ironía que formula toda su grandeza. Tanto Monicelli como los interpretes establecen en el film una especie de mandamiento que se convierte en ley, el espectador tiene que terminar queriendo los personajes, da lo mismo que estos sean protagonistas, secundarios o antagonistas, pero hay que quererlos, no por sus cualidades y destrezas, sino por sus defectos y torpezas. Errar es cualidad de humanos y la risa una necesidad.

Las metidas de patas de los personajes toman una carga de verdad imprescindible dentro de un cine que quería darle la espalda a la pobreza. La misma situación de los personajes lo confirma, son pobres, quieren salir de la pobreza; pero son felices. Los desconocidos de siempre no es la misma película norteamericana en la que cuando el malo se enamora y quiere dejar de ser malo, muere. Nadie muere, los desconocidos nunca mueren, no matan a nadie, es tonto morir por dinero y frente a esta situación prefieren un plato de pasta en vez de un botín.


Ficha técnica


Nombre: Los desconocidos de siempre (1958)

Título original: I soliti Ignoti

Director: Mario Monicelli

Duración: 105 m.

Género: Comedia

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