domingo, 4 de abril de 2010

Deliciosamente tontos

“Sí, le quiero. Adoro sus camisas de cuello y puños almidonados y la forma en que se abrocha mal el chaleco. Es alto como una jirafa y por eso le quiero, le quiero porque es esa clase de tipo que se emborracha con un vaso de leche. Y me gusta el modo en que se ruboriza hasta las orejas. Le quiero porque no sabe besar, ¡el tonto! Le quiero, Joe, es lo que intento decirte. No le volveré a ver más… pero no me casaré contigo. Aunque ates una tonelada de cemento a mi cuello y me tires al río como lo hiciste con los otros”.

Esta es una cita de Ball of Fire, una película de Howard Hawks que siempre me ha hecho pensar en lo mucho que me gustan los hombres tontos. Son encantadores, ¿verdad? O por lo menos los que fingen serlo con delicadeza, resultan irresistibles.

Pero, ¿qué tan tontos podría soportarlos? Digamos que es una cosa de momentos y que hay unos que jamás olvidaré y otros que quisiera ser tan torpe como para sacarlos de mis mapas mentales en una zancadilla, los famosos “agujeros negros”, por ejemplo.

Aludiendo al sentido general, tonto es un adjetivo que se usa para hablar de alguien torpe, con una conducta poco pertinente y carente de inteligencia. Yo diría que mis tontos son inteligentes, lo han sido todos, o por lo menos eso he creído. Lo que si tienen en común la definición y mi gusto es esa parte donde se cruza la torpeza con la conducta poco pertinente, lo que traduzco en una muestra indiscutible de autenticidad.

Me gustan los hombres que nunca saben dónde están parados, que se tropiezan con cada escala, que dicen olvidarlo todo (o por lo menos esa es su excusa), que repiten historias que siempre escucho una y otra vez, que se desvanecen, que saben llorar, que me regalan cosas que no me gustan, que no ven la gente en la calle, que son capaces de sonrojarse y que siempre están dispuestos a llevarme la contraria.

Eso sí, no les perdono que sean desleales, que no sepan tomar decisiones, que se escuden en el tiempo, que les gusten los tenis blancos, que no sepan cocinar y que siempre quieran pagar la cuenta. Más que tontos, esos son los hombres o por lo menos la mitad de los que veo en la calle. ¿Están los tontos en vía de extinción?

En honor a los tontos escribo esto, como un monumento, igual al que hay en el desierto de Sonora en los Estados Unidos y que es conocido como Tonto National Monument. En honor a esos “genialmente encantadores y estúpidos que provocan recaídas constantes”, como dice Maritza, seguiré buscando a un tonto para soñar. Por supuesto, solo en las noches en que yo quiera dormir.

To man with the lethal name

4 comentarios:

ColoresMari dijo...

Querida Monita... no podría haberme divertido tanto. Es mejor soportar esa sutil y cálida perspicacia de los tontos que no son tan tontos que la arrogancia y avispamiento de esos inteligentes calcaludores. Me hacés caer en cuenta de que si: me gusta el encanto de los tontos, son entretenidos y no tan predecibles.

Está muy bonito tu blog y siempre es un placer delicioso leerte y escuchar la musiquita que no es nada invasiva y si muy acogedora.

Abrazos! *_*

Camilo dijo...

A mi me gustan los tennis blancos, qué hacemos, cómo puedo salvarme de esa clausula. Un beso.

Otras Marias dijo...

Ese es el encanto de los tontos: que disimulan muy bien la inteligencia!

Un gusto leerte.

amargo777 dijo...

DELICIOSAMENTE TONTAS

No soy caballero por eso no las prefiero brutas pero me pregunto si las tontas que han compartido los minutos insobornables de mi existencia realmente lo han sido, por momentos la sombra de la incertidumbre ronda los techos de mi pensamiento y creo haber caído en un juego inventado por un genero que hoy en día nos supera siete a uno según los estadistas. Y no es que un país superior se imponga a uno inferior ni viceversa, simplemente nos acostumbramos a menospreciar la capacidad de trucaje de nuestras adoradas y ellas han sabido utilizar eso a su favor. Las creemos incapaces de falsear sentimientos, emociones o de crear a la perfecta incapaz y esconder a la hija preferida de Maquiavelo. Pero siendo justos no hablamos de villanas vestidas de negro, ni mucho menos podemos pintarnos como victimas ante algo que hemos preferido no reconocer. Seamos sinceros nos sentimos mejor cuando nuestra damisela requiere protección ante su evidente indefeccion, nuestro instinto de macho Alfa nos hace entender que nos necesitan y a partir de allí la pregunta se agiganta ¿quién es el indefenso, quién el necesitado?, en ese momento las tontas se hacen absolutamente encantadoras porque nos hacen pensar que somos indispensables y son ellas las que se hacen indispensables para nosotros.
¿Tontas y que somos nosotros?, el siguiente paso en la evolución masculina, el mecanismo de afianzamiento del sistema reproductivo o acaso nuestro exceso de confianza solo hace que nos atemos al reflejo de lo que nos define.