martes, 29 de enero de 2019

Microhistoria: las sombras

Ceiba de 180 años en el Parque de Jericó.

Desde pequeña me han obsesionado las sombras. Las persigo, les huyo, juego con ellas, les tomo fotografías y a veces me gusta pisotearlas. Las sombras son como un recuerdo de alguien amado, están ahí pero no pueden tocarse, están ahí pero no lo saben. 


A veces las busco en los dolores para intentar mitigar el sufrimiento absoluto. En otros momentos las creo en las paredes y juego a que soy un conejo o una bailarina. Pero, esencialmente, me gusta buscar las sombras en la naturaleza, en los colores de la vida, en los árboles. Me gusta recordar, desde ellas, que vivo pero que soy pequeña y así, diminuta, me siento frente a la sombra de esta Ceiba hembra. 180 años en el Parque de Jericó, cercana pero no tanto como asfixiarse de otra Ceiba, la ceiba macho.

No se consumen; pero sí se aman. Son generosas entre ellas y ejemplifican el amor en el reconocimiento, las raíces, la supervivencia y la libertad. En el destino del otro.  

Un día morirán. Se secarán y serán solo un mito, como las sombras mismas. Un día no serán más que esta fotografía, estarán vacías y seguramente encontrarán la libertad. La sombra, entonces, es una escenificación de la emoción y en esta se sacuden la alegría, el amor, el dolor, la libertad y la humanidad. 

Jericó, 26 de enero de 2019. #Microhistorias. 

miércoles, 23 de enero de 2019

Microhistoria: "La abolita"

La Polonesa, Parque de Bolívar, Medellín

Si existe un verbo que al pronunciarse dibuja la imagen de mi abuela, ese verbo es: "tertuliar". En su conjugación se delinean tardes enteras de conversaciones, risas e incluso revelaciones. En su ejercicio pasan el tiempo y el espacio. Pasan el reloj, las salas de las amigas, los cafés, los billares, los juegos de cartas y los de parqués. Para mi abuela pasaban los rosarios, las novenas y la comida, esa forma de cariño tan presente en las mujeres campesinas. Esa que aprendí.

También pasaron los tubos de comida y las palabras que tuvo que tragarse en el hospital por no poder hablarnos antes de morir. Sus ojos, antes de que se cerraran en un adiós, siempre mostraron el deseo de alguien que quería decirnos algo, alguien que se negaba a silenciar su tertulia. 

En cada mesa de viejos siempre está ella, "la abolita" como solía decirle a ese pedacito de mujer que medía 1.40 y que siempre fue gordita como su corazón. Ella, que decían que no me quería por ser una hija "fuera del matrimonio", lloraba cada que yo me iba de viaje porque pensaba que nunca iba a volver. Un día me preguntó que si España era más lejos que Cartagena y tras la respuesta no paró de llorar hasta que regresé. 

Estas mesas, estas tertulias y estas conversaciones de Centro que jamás pienso abandonar, siempre me recordarán en la forma invisible de un suspiro las razones por las que me gusta tanto hablar. 

#Microhistorias #Medellín, 23 de enero de 2019.

domingo, 20 de enero de 2019

Microhistoria: la veranera

Centro de Medellín

Nuestro amor siempre se ha dibujado de morado. Un vestido morado lleno de minutos, así solía describirlo en el año 2015 cuando nuestra historia era solo el principio de una ilusión. 

Ha de ser por eso que la naturaleza siempre nos junta con lo oscuro; pero, también con lo profundo. Parecemos vernos, pero a veces también nos apagamos. 

Ese color, el morado, es como un regalo para nuestro amor, uno de esos que se conecta con la magia; pero que a su vez nos exige creatividad para enfrentar a diario el hecho de vivirnos. Ese que han elegido para representar la dignidad, esa que a ambos nos resulta irrenunciable y que nos recuerda que siempre somo un 'cada uno' por separado, aunque hayamos decidido caminar juntos. 

Nuestro amor es uno de verano. Nuestro amor es una veranera que se alimenta del sol cada mañana, de la posibilidad de un desayuno juntos. Es un curazao que valió 80 mil pesos en San Alejo, que casi no logramos transportar en un taxi. Es una planta que por temporadas parece marchitarse pero que, días como hoy, exhibe con elegancia y belleza el regalo de la casualidad, ese que hace honor a el instante que nos ha permitido estar juntos. 

#Microhistorias. Medellín, 20 de enero de 2019. Para Iván.  


Microhistoria: la puerta

Teatro El Trueque

Si el mundo fuera una casa vieja -como tal vez sí lo sea-, nosotros seríamos una puerta de dos alas.  Creemos que no pasa nada cuando las cerramos y con especial ironía las entendemos como caminos que representan nuestras decisiones. Como nosotros, y como la vida misma, las puertas son contradicciones difíciles de resolver. 

Esta puerta, que no parece una pero que sí parecen dos, abre, por ejemplo, caminos a vidas imaginadas e inimaginadas, a otros mundos, a espejos que dibujan realidades. 

Pero, estas puertas, además, mantienen vivo el corazón de una ciudad. Una que entre ruidos y helicópteros parece negar que estos pedazos de tablas son parte de su historia. Una en la que la madera ruge y reclama mientras que los edificios le ordenan una identidad de cemento. 

#MicroHistorias 

Medellín, 18 de enero de 2019.

miércoles, 16 de enero de 2019

Microhistorias: El balazo

Ciudad del Río


Algunos rumoran que quiere suicidarse. Ella, sin escucharlos, busca la oscuridad como refugio. 

¿Quiere autodestruirse? Hay en la comunidad científica quienes afirman que es suicida y no en vano, como aquellos que somos capaces de morir por la vida, adorna detalladamente las calles de Medellín. Le decimos 'la hoja de balazo' y es el único balazo que quisieramos escuchar en la ciudad. 

La realidad, cruel, se empeña en ignorarla y nos aturde con sus sonidos reales que arrastran con otras balas vidas sin control, sin sentido, con dolor. Balazos menos verdes, menos luminosos.

Pero ella, a quien también le gritan 'monstera deliciosa', 'costilla de Adán' y 'manos de tigre', no se rinde y sigue buscando, entre los más grandes, alguna forma de sobrevivir. Aunque le falta la luz, lo logra en los espacios menos luminosos de la naturaleza.

Su paso por el mundo le deja ciatrices, tiene varicela; pero, aún así, decide cobijar a esta ciudad que tiene dientes y que a veces pasa como un gigante mordiendo cada uno de sus filos. #Microhistorias. 

*Curiosidad: Junto a algunos musgos y helechos, la 'monstera deliciosa', de donde sale 'la hoja del balazo', es una planta capaz de sobrevivir y de crecer en la oscuridad, con los valores lumínicos más bajos. Es una planta valiente, que sabe adaptarse a la crueldad y a la ausencia de la luz. Medellín, 15 de enero de 2019. 

lunes, 14 de enero de 2019

Microhistorias: El Perpetuo

Barrio El Perpetuo Socorro

En la cocina de mi casa en Rionegro, una que era grande, café y vieja, siempre se dejaban apreciar las imágenes de tres santos: San Cayetano, para que nunca faltara la comida; San Roque para acompañar a los pobres y a los enfermos y la Virgen del Perpetuo Socorro para salir de los apuros económicos. Como puede leerse, un círculo celestial bastante cercano a la comida y ha de ser por eso que en mi familia cualquier discusión acolarada es posible, menos aquella que involucre un pedazo de pan. Esas son sagradas porque la única opción es compartir. 

Alejada de las ideas católicas que quisieron infundirme de niña y más convencida de la humanidad que de las creencias religiosas, hoy entiendo estas historias como parte de ese que podríamos llamar "ADN cultural" con el que cada una de nuestras familias terminan de moldearnos. Ni bueno ni malo, simplemente parte de una existencia en la que se incuban otras sensaciones como la curiosidad. 

Amo entrar a las iglesias por primera vez. Pedir un deseo, observar la arquitectura, evaluar la acústica y dejarme sorprender por las pinturas y esculturas, son rituales morbosos que pelean constantemente con mi insistencia a no profesar un credo y #Medellín tiene algunas que me obsesionan. 

Por más que he recorrido las calles hay iglesias que parecen reservadas para momentos especiales: San Antonio, una capilla que queda en la Universidad Autónoma, la del Sagrado Corazón en Barrio Triste y la del Perpetuo Socorro son cuatro buenos ejemplos para definir el misterio camandulero de la ciudad. 

Un #grafiti le da hoy la bienvenida a la última, iglesia que nunca he visto abierta y a la que dios, si es que existe, parece reservarse el derecho de admisión. Por ahora me conformo con imaginarla como a un icono pop. Tal vez en mi cocina, también pongamos una imagen de Andy Warhol y alabemos la existencia de algo divino con un buen rap celestial.

Medellín, 14 de enero de 2019. #MicroHistorias

Microhistorias: los artistas

A mi padre, Ernesto, uno de los dos que tuve; pero el único que de verdad conocí, no le gustaba rezar. A pesar de todo, ese no fue un impedimento para que, cuando sintiera miedo de la muerte, se aferrara a las iglesias con la esperanza que buscan los viejos de encontrar una inesperada redención. Ese querer pasar como un camello por el ojo de una aguja.

En el afán de encontrar el camino que volviera más corto su paso por el infierno, Ernesto eligió la iglesia de San Ignacio, en el centro de Medellín, como el templo que guardaría sus esperanzas de encontrar la salvación... un cielo, si era que ese existía.

Por eso, cada que paso por la Plazuela -que es casi todos los días- suelo recordarlo con una sonrisa complice: "¿Será que lo logramos viejo jodido?", me pregunto.

Miro el Claustro de Comfama y el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, como una quinceañera enamorada, suspiro y apuro el paso porque me propuse utilizar más el transporte público en 2019 y trabajo en el sur.

Acelero; pero, me gana la curiosidad. Observo una fila y tomo un par de segundos para recordar: esta parece la foto de toda la semana en San Ignacio. Todos los días, a las 6:30 a.m. -seguramente desde antes-, varias personas se organizan una detrás de otra para armar lo que en Colombia llamamos 'filas indias'. Levanto la cabeza para mirar la fachada, es Servimédicos, una prestadora de salud que garantiza que puedes ocupar una plaza laboral, de esas que califican como un juez si eres apto o no.

El paisaje sonoro arrastra el acento venezolano, celebro la difrencia que por primera vez cobija a este pueblo tan acostumbrado a sus montañas, esas que amamos; pero, que también encierran nuestros pensamientos. Hay uno que otro bogotano y también se dejan escuchar algunas palabras en 'costeñol'. Todos buscan un trabajo y en la primera semana de enero una salvación. Comparten sus esperanzas y hacen cuentas de lo que harán.

Un letrero que nombra esta calle como 'la de los artistas' (tambié se lee aristas) me separa de este cuadro de realidad mientras elaboro preguntas en mi mente: ¿dónde están los artistas? Seguro son ellos, me respondo.

Tal vez, al final de la mañana, mi padre no fue el único que escogió a San Ignacio para su salvación.

Medellín, 11 de enero de 2019. #Microhistorias. 


Plazuela de San Ignacio