Supongo que para ponerme “a tono” con este texto,
tengo que comenzar citando a un escritor. Elegiré a Bruce Chatwin y una frase
que siempre me ha patinado en el coco, esa parte del libro En la Patagonia en
la que dice: “El mejor intelectual, es el intelectual muerto”.
En este
momento, mientras escribo, mi vida se resume en dos cosas: me duele una muela
cordal y no nací intelectual.
Lo de la muela
cordal tiene solución, lo segundo no y esa ha sido una duda que siempre ha
rondado en mi cabeza, por qué en mi cara, en mi mente y en mi cuerpo, ¿no nació
el poder intelectual? Para no reprocharme y evitar no sentirme mal, adopto una
actitud crítica, cruzo los brazos, levanto una ceja y finjo estar eternamente
inconforme.
Pero luego, el
asunto se complica. A los dos minutos mi ceja comienza a encalambrarse y
comienzo a sentirme ridícula, impostada, sobreactuada y hasta sobreperfilada.
Justo en ese instante, digo: ¡Menos mal no nací intelectual! Soy un hermoso mar
de confusiones.
A veces creo
que la preocupación es infundada. Con total sinceridad tengo que decir que eso
de estar en un círculo de periodistas, “amantes de la verdad” y “acreedores de
las luces del conocimiento” (las comillas llevan un tono irónico), se presta
para creerse no solo el centro del universo, sino también la representación de
algún dios extraviado acá en la tierra. Una suerte de fuerza justiciera.
Ésta es una
profesión de intelectuales (por respeto no pongo un "falsos" antes de esta afirmación) y eso de no serlo, lo hace sentir a uno como el
primer eslabón de la cadena alimenticia. Podríamos llamarlo ratón, gusano y
hasta cucaracha.
Lo cierto del
caso es que existen muchas razones para justificar, siempre vale la pena
defenderse, porque no nací intelectual. Tal vez el anhelo de no serlo sea la
más poderosa, pero hay otras que hacen parte de eso que algunos de ellos
llamarían “el contexto social”
Antes de
adentrarme en esa idea de “contexto social”, vale la pena hacer una
diferenciación. Existen los intelectuales muertos y los intelectuales vivos.
Algunos de los
muertos, Oscar Wilde, Dostoievski, Reinaldo Arenas y Roberto Bolaño, solo por
mencionar un conjunto de nombres, se ganaron su lugar a fuerza de sufrimientos,
censuras, exilios, hambrunas, represiones, celdas, calabozos y la muerte misma.
Pero también
existen los intelectuales vivos, muchos de ellos insoportables, que han
escalado peldaños de cuenta de los nombres de sus padres, sus apellidos e
incluso, y dolorosamente, han heredado su nombre tras el asesinato de alguno de
sus seres queridos. Esos, por lo menos, son los intelectuales vivos que le toca
conocer a uno en Colombia.
Ya dentro del
contexto social, existe una lista de razones por las que no nací intelectual y
que me hacen imposible la búsqueda de esa profesión, alcanzada en nuestros días
en tribunas de periódicos, programas de radio, blogs y desdenes de y desde un
nuevo escenario para el ego, el mundo de Internet.
En un conjunto
general no puedo ser intelectual porque soy hija de una madre campesina, no
nací heredera, siempre he tendido a ser “más ñoña que inteligente”, no considero
la marihuana y el alcohol como partes fundamentales del motor de mi
inspiración, soy esquemática y con estructuras mentales muy rígidas,
generalmente aceptó órdenes (aunque no me gusta), jamás he intentado tener un
proyecto editorial propio y no puedo ser intelectual porque trabajo en El
Colombiano.
Puedo agregar
que mi voz es chillona, que cuando hablo no me veo interesante y que soy capaz
de mover tres partes de mi cuerpo, diferentes a mí mano, mientras miro a mí
interlocutor a los ojos, se pueden incluir los pies y la cabeza. Me gusta hacer
mucho ruido y dicen mis amigos que “parezco una niña pequeña que no ha tomado
su dosis de Ritalina”.
Ya pasaron los
días en los que los poetas intelectuales llegaban de los pueblos. Nacieron y se
murieron Fernando González y Tomás Carrasquilla, la tendencia pasó de la
provincia a las grandes ciudades. La rebeldía no tocó muy a menudo las puertas
de mi casa, tampoco el dinero suficiente como para dedicarme a ser
contestataria para y por todo; las monjas con las que estudié me enseñaron a
ser muy obediente, la marihuana llegó tan tarde a mi vida como el sexo y desde
hace poco más de un año estoy vinculada laboralmente al diario conservador más
odiado por los intelectuales de Colombia.
No mencionaré
nombres ni marcas para no herir susceptibilidades, pero otros diarios y
revistas están llenos de “intelectuales” que por una posición política
dirigente, que en la gran mayoría de los casos no es la de nosotros los
periodistas, hablan de nuestro trabajo como si fuéramos una especie en vía de
extinción, peor que los toreros o los aficionados a la tauromaquia.
Me deja
tranquila que en días donde ser intelectual es tan fácil en apariencia, en los que ser intelectual es un oficio tan recurrente como el de las putas, mi
cuerpo, mi mente y mi estilo de vida se rehúsen a serlo.
Mientras tanto, me seguiré maquillando y a partir de este momento de mi vida, cuando terminó de escribir, me concentraré un poco más en el dolor de mi muela cordal.
Mientras tanto, me seguiré maquillando y a partir de este momento de mi vida, cuando terminó de escribir, me concentraré un poco más en el dolor de mi muela cordal.
4 comentarios:
No creo que el periodismo sea una profesión de intelectuales. De allí que muchos intenten parecer, no ser exactamente, intelectuales.
Por otro lado, me alegra que no seas, aunque sea por no querer, "intelectual". Gracias a esto puedo escribir con más confianza mi simple comentario :). ¡Abrazos!
lo peor de ser un intelectual es parecerlo. y no entiendo cómo muchos que no lo son adoptan esa pose, esa facha, ese rictus de desprecio y desconcierto permanente. un intelectual verdadero al igual que un poeta debe estar siempre de incógnito. como iggy pop.
Lina... falsos intelectuales, es tan común sentirse con pena ajena de los colegas que tenemos. Jack... qué comentario tan intelectual. Yo quiero ser Iggy Pop.
Como dirían algunos intelectuales españoles: "¡Enhorabuena!" Me gustó lo que acabo de leer. Lo comparto y me agradan algunas de las descripciones y detalles que desarrollas en tus argumentaciones. (Seeeh, parece bastante intelectual la crítica, pero también el lenguaje implica que seamos precisos para comunicarnos) No obstante, el intelectual, va más allá de las formas; en eso estamos de acuerdo. Además, el serlo no implica aislarse del mundo, ponerse la barba y el bastón de hermitaño y hablar con un tono pausado característico y un lenguaje rebuscado. Por tanto, secundo a Jack. Y te saludo, y felicito por el blog. Buen día, Señorita Iggy Pop!
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