Ceiba de 180 años en el Parque de Jericó. |
Desde pequeña me han obsesionado las sombras. Las persigo, les huyo, juego con ellas, les tomo fotografías y a veces me gusta pisotearlas. Las sombras son como un recuerdo de alguien amado, están ahí pero no pueden tocarse, están ahí pero no lo saben.
A veces las busco en los dolores para intentar mitigar el sufrimiento absoluto. En otros momentos las creo en las paredes y juego a que soy un conejo o una bailarina. Pero, esencialmente, me gusta buscar las sombras en la naturaleza, en los colores de la vida, en los árboles. Me gusta recordar, desde ellas, que vivo pero que soy pequeña y así, diminuta, me siento frente a la sombra de esta Ceiba hembra. 180 años en el Parque de Jericó, cercana pero no tanto como asfixiarse de otra Ceiba, la ceiba macho.
No se consumen; pero sí se aman. Son generosas entre ellas y ejemplifican el amor en el reconocimiento, las raíces, la supervivencia y la libertad. En el destino del otro.
Un día morirán. Se secarán y serán solo un mito, como las sombras mismas. Un día no serán más que esta fotografía, estarán vacías y seguramente encontrarán la libertad. La sombra, entonces, es una escenificación de la emoción y en esta se sacuden la alegría, el amor, el dolor, la libertad y la humanidad.
Jericó, 26 de enero de 2019. #Microhistorias.