jueves, 29 de mayo de 2008

El cartero llama dos veces y el corazón no sé cuántas


“Los cabellos le caían sinuosamente sobre los hombres. Tenía los ojos oscurecidos y sus pechos no se me presentaban desafiantes y puntiagudos, sino suaves y extendidos en dos amplias combas rosadas. Parecía la bisabuela de todas las rameras del mundo. El diablo no quedó defraudado aquella noche”…Fragmento de El cartero llama dos veces
James M. Cain

A veces no logro entender cuáles son los efectos que producen en mi estomago las cartas escritas a mano. Si son para mi representan el todo y la nada, la tristeza y la alegría, la tranquilidad y la preocupación. Si son para otros no puedo parar de imaginarme, con algo de morbo, qué es lo que dicen, por qué fueron escritas y en qué lugar del mundo irán a parar.

Confieso que algún día traté de coleccionar cartas de amor, las recogía de peleas de amantes, de madres que se despedían tristemente de sus hijos y de almas que se despojaban de un cuerpo para dejar su cuello sujetado a una soga. Finalmente, me cansé de tener tantos fantasmas gritando en un mismo cajón y decidí quemarlas con el agua bendita del infierno.

Me siguen gustando las cartas que son escritas a mano y si las trae el cartero me gustan más. No hay nada comparable con la sensación de abrir un sobre y descubrir el asunto del cual es portador. Sé, además, que no soy la única persona que descubre un gusto especial en el doble sonido que dejan los golpes de un cartero sobre una puerta. La distancia, en definitiva, nos enseña a amar a los carteros.

Puede que sea una romántica pero en ese rango de extinción mi corazón no logra igualar sus palpitares entre las acciones de abrir un sobre y leer un correo electrónico, y en ese sentido me declaro públicamente materialista, prefiero el papel.

Hoy quiero más cartas que nunca. Es una lástima que los amores siempre lleguen tarde y que solamente alcancen la distancia; siempre he pensado que te aman más cuando estás lejos. Supongo, que al final, cuando hasta el amor quiera morirse, el cartero volverá a tocar la puerta por dos veces y no logrará encontrar nada más allá de un recuerdo.

No quiero que me pase como a Frank Chambers y a Cora, protagonistas de la novela El cartero llamado dos veces, del estadounidense James M. Cain, ellos dejaron de escuchar el ruido del cartero. Este llamó dos veces, hasta tres, pero su corazón palpitaba tan fuerte que ni siquiera escucharon el sonido de la muerte.

El cartero llama dos veces, aunque para muchos es un libro conocido, fue mi última novela en leer y cuando cerré las tapas negras que protegen las preciadas hojas, sentí ganas de morirme, no sin antes recibir una carta en la que se me informara de la ausencia de mi último amor.

Esta novela, adaptada dos veces al cine (en 1946 con Lana Turner en el papel de Cora y en 1989 con Jack Nicholson y Jessica Lange), es, como las cartas, una historia de amor y desamor, de muerte y de vida, de golpes, debilidades, fortalezas y esfuerzos que, como muchos, terminan desbordándose por un despeñadero de carros en una carretera que conduce hacia Los Ángeles.

El libro, publicado por primera vez en 1954, logró despertar en mí algunos demonios, ganas de matar, ganas de morir y el impulso indescifrable de volver a recibir una carta. Tal vez, en mi vida, el cartero no vuelva a tocarme la puerta nunca más.